martes, 11 de septiembre de 2007
Anarkismo en Bolivia
EL ANARCOSINDICALISMO EN EL MOVIMIENTO OBRERO BOLIVIANO
(1912-1964)
Huascar Rodríguez García
Prolegómenos
Continuamente y en cada lugar, el mismo drama ante el mismo decorado, sobre el mismo estrecho escenario: una humanidad turbulenta que vive en su calabozo. ¡Cuánta monotonía!
Louis Auguste Blanqui. (La eternidad por los astros).
Exceptuando cuatro valiosas investigaciones realizadas en la década de los ochenta1, el anarquismo en Bolivia ha sido un tema al que los historiadores no han prestado atención pese a su importancia en la formación y luchas del movimiento obrero antes de 1952. Ante este parcial vacío de conocimiento la presente narración se ha propuesto realizar una genealogía y una muy resumida reconstrucción histórica de la experiencia anarquista boliviana en su forma sindical , desarrollada entre 1912 y 1964.
Pintando con brocha gorda se puede decir que el anarcosindicalismo en Bolivia tuvo presencia primero mediante la FOI (Federación Obrera Internacional), y después mediante la FOL (Federación Obrera Local) y la FOT (Federación Obrera del Trabajo) de Oruro desde la década de 1910 hasta el inicio de la década de los 50. La FOL la más importante de estas federaciones fue creada en la ciudad de La Paz a principios de 1927, fruto de la acción de minorías actuantes que desde 1923 contribuyeron con la organización de los primeros sindicatos base de la Federación entre albañiles, carpinteros, mecánicos y sastres. Después de su fundación, la FOL fue incluyendo a heterogéneos sectores mestizos, los cuales al estar localizados en distintos puntos de la economía presentaban una compleja diversidad de matices internos: desde indígenas aymaras, niños vendedores de diarios, mujeres cholas culinarias y comerciantes minoristas contrabandistas, vendedoras en los mercados, floristas y verduleras, hasta una amplia gama de estratos artesanales y trabajadores asalariados de cervecerías, curtiembres, fábricas de fósforos, velas y cartones.
El gran auge de este movimiento se sitúa en la breve etapa comprendida entre 1927 y 1932, pues en este corto e intenso periodo de casi 6 años de duración se produjo una gravísima crisis económica de vastas consecuencias. Dicho momento conflictivo estuvo vinculado a la gran depresión de la economía de Estados Unidos y del mundo capitalista a fines de 1929, lo que constituyó un escenario adecuado para el despliegue del influjo ácrata en el país.
Pese a que la guerra del Chaco (1932-1935) determinó un paréntesis para los órganos sindicales en general y para los libertarios en particular, estos se reorganizaron de a poco a través de sus organizaciones femeninas una vez concluida la contienda bélica. De ahí en adelante la FOL recobraría parte de su vigencia, la que empero nunca alcanzó otra vez el esplendor de fines de los 20 y comienzos de los 30, debido al nacimiento, durante la post-guerra, de un sindicalismo corporativista y manipulado por los partidos nacionalistas y marxistas que cooptaron a varias entidades laborales. También es llamativo que los miembros de la FOL articularon sus demandas con reivindicaciones indígenas en varias ocasiones, especialmente en la década de los 40, cuando promovieron la formación de la FAD (Federación Agraria Departamental), organización india que llevó a cabo importantes luchas en el altiplano paceño durante 1947. Sin embargo, desde ese momento los sindicatos anarquistas se vieron fragmentados por la dura represión oligárquica, reduciéndose cada vez más y navegando a la deriva de los acontecimientos sociales hasta su desaparición gradual en las décadas de los 50 y 60.
Pero fue la revolución de 1952 la que marcó el punto sin retorno de la disolución, paradoja que ha sido una constante en los movimientos de este tipo, pues recordemos que, desde sus orígenes en la Europa del siglo XIX, la vulnerabilidad más evidente del anarquismo provino de haber designado como enemigo principal al Estado-nación en el preciso momento histórico en que este se desarrollaba como centro y principio de organización social. En el caso boliviano, fue justamente el surgimiento de ese Estado nacional lo que vino a echar por tierra al anarcosindicalismo y a sus sueños de manumisión colectiva, por lo que los ácratas quedaron aquí, al igual que en todo el mundo, no sólo maltrechos o anulados, sino también cubiertos con un manto de misticismo trágico y coronados con los laureles del olvido.
Considero que todo lo dicho puede darle pertinencia a este obsesivo ejercicio de escrutar a los movimientos sociales a través de las brumas del pasado, ya que una mirada retrospectiva desplegada sobre nuestra historia puede ayudarnos a pensar el presente, en este caso, el momento actual que vive el movimiento sindical y popular boliviano, en un nuevo contexto de cooptación corporativista bajo el gobierno del primer presidente indio.
Estaño y crecimiento de los sectores laborales
Al iniciarse la república en 1825 la base laboral del país estaba todavía sustentada en el trabajo manual de una gran masa de artesanos, a la que se añadía en importancia el trabajo agrario de los indígenas dentro un sistema latifundista que los mantenía sujetos a relaciones de servidumbre y explotación. Estas características configuraron un panorama en el que el proletariado, o los obreros industriales propiamente dichos, no aparecerían sino muchas décadas más tarde y de forma muy lenta y paulatina.
Hay que tomar en cuenta que la destrucción ocasionada por los largos años de la Guerra de la Independencia dejó al naciente país una situación de pésimas condiciones económicas, dado que el comercio era deficiente y la minería, tan próspera durante la colonia, estaba totalmente abandonada. El estancamiento económico y la depresión comenzaron a modificarse desde fines de la década de los sesenta del ochocientos, debido a un breve resurgir de la industria minera de la plata que trajo consigo la construcción de vías férreas y nuevos caminos para evacuar los minerales hacia el Pacífico. No obstante, el auge de la plata duró poco menos de 25 años, y a mediados de la década de los 90 sus precios declinaron hasta convertir a esta explotación en un negocio poco rentable, siendo reemplazado por el estaño, cuya producción, iniciada a partir del último lustro del siglo XIX, repentinamente se convirtió en una gigantesca fuente de dinero, pues este metal fue desde entonces uno de los más requeridos por las naciones industrializadas.
Tal bonanza minera determinó el crecimiento de los sectores laborales y provocó también, como no podía ser de otra manera, el aumento del trabajo asalariado y la formación de un incipiente “proletariado” minero, compuesto por indígenas despojados de sus tierras con la privatización del agro y de territorios comunarios2. A la industria estañífera se sumó la expansión de los centros urbanos y el lento progreso del sector privado de la economía, todo lo cual contribuyó a constituir un nuevo sistema de clases produciendo a la vez un gran crecimiento de la población en las principales ciudades del país. El desarrollo gradual de las ciudades se notó particularmente en La Paz, Cochabamba y Oruro, convertida esta última en un importante eje ferroviario y en una de las primeras urbes que contó con luz eléctrica, pavimento y teléfono. Al propio tiempo empezaron a emerger algunas pequeñas factorías en rubros como cerveza, textiles y alcohol en La Paz, Cochabamba, Oruro y Santa Cruz. Otros sectores importantes desde principios del siglo XX fueron también el de la construcción y el de los obreros de la imprenta, llamados gráficos, pioneros de la organización laboral.
En síntesis, antes de 1900, Bolivia contaba con poquísimos obreros “proletarizados”, pero con el inusitado auge de la industria extractiva del estaño y el desarrollo de las redes de transporte y comunicación, esta situación se transformó gradualmente y algunas industrias fueron emergiendo como islas en un mar de pequeños productores artesanales. Es en el transcurso de esta ola de cambios que se va gestando el movimiento obrero a la vez que van surgiendo también los primeros conflictos entre capital y trabajo.
Paralelamente al muy lento desarrollo de la industria se fue consolidando una estructura de poder basada es una elite criollo-minero-terrateniente que tenía, al iniciarse el siglo XX, las siguientes características generales que se mantuvieron con ligeras alteraciones hasta 1952: a) Económicamente, las clases dominantes basaban sus ganancias en la orientación primario-exportadora de minerales, y en el usufructo de tierras expoliadas a quechuas y aymaras sojuzgados bajo relaciones de servidumbre b) Políticamente, dichas elites mantenían su poder amparadas en una democracia formal y parlamentaria, a través de partidos y una minoría letrada acostumbrada a la corrupción. c) Ideológicamente, esta casta se basó en el darwinismo social, el positivismo y el racismo, ya que el Estado boliviano se constituyó, desde sus inicios, a partir de la exclusión de los indígenas, considerados “inferiores, sórdidos y bárbaros”.
El mutualismo pre-sindical
Antes de entrar al tema en cuestión se hace preciso mencionar que, en términos generales, la historia de la organización laboral desde la formación de la república puede dividirse en dos grandes periodos: un periodo pre-sindical entre 1825 y la primera década del siglo XX, y otro sindical propiamente dicho a partir de 1912 hacia adelante.
En la etapa pre-sindical los organismos laborales mayoritariamente artesanales conservaron características heredadas del gremialismo europeo de la Edad Media y del mutualismo decimonónico, es decir adoptaron una forma orgánica basada en la beneficencia y la ayuda mutua sin cuestionar los aspectos políticos de las relaciones de trabajo o de la lucha de clases. Durante este tiempo embrionario del movimiento obrero el artesano, por su condición de maestro y propietario del pequeño taller, llegó a tener cierta autoridad moral que le permitió asumir la dirección de las primeras formas protosindicales o mutualistas y de los primeros sindicatos modernos hasta la guerra del Chaco.
El movimiento mutualista estuvo compuesto por una enorme cantidad de diversas agrupaciones y sociedades obreras que no vale la pena enumerar aquí. Lo que sí es digno de mención es la organización de la Federación Obrera de La Paz (FOLP) cuando corría el año 1908 (Lora 1969: 96,98), asociación de vida escasa cooptada desde su fundación por el liberalismo gobernante. La FOLP fue promovida por los trabajadores gráficos y estuvo integrada por las hasta entonces dispersas mutuales artesanales que por vez primera decidieron federarse en una entidad matriz de forma efectiva.
1) La etapa “larvaria” o de incubación (1906-1927)
A lo largo de la investigación he logrado establecer las etapas por las que atravesó el anarcosindicalismo y estas a mi entender son cinco. La primera etapa, que podría llamarse “larvaria” o de incubación, se divide a la vez en dos sub-periodos: a) una fase temprana situada entre 1906 y 1918, y b) una fase de expansión entre 1918 y 1927.
a) La fase temprana (1906-1918)
Zulema Lehm y Silvia Rivera mencionan la aparición de una “Unión Obrera Primero de Mayo” en Tupiza población potosina cercana a la frontera con Argentina durante 1906 (1988: 22,23), hecho que abre la fase temprana de la etapa incubatoria del anarcosindicalismo. Sábese que dicha “Unión Obrera”, formada naturalmente por artesanos, editaba un periódico llamado “La Aurora Social” y mantenía una biblioteca en la que figuraban libros clásicos del anarquismo de autores como Proudhon, Reclus, Bakunin y Kropotkin, en traducciones castellanas obtenidas seguramente de Argentina. Lamentablemente no se tiene ningún dato más acerca de esta organización tupiceña, pero es probable que su efímera y casi ignorada existencia haya influido en la tenue difusión de las ideas anarquistas entre el artesanado de la época. También se debe tener en cuenta que Tupiza era un lugar de tránsito: pueblo intermedio que se caracterizó por tener una notoria actividad cultural debido al ir y venir de artistas, activistas anónimos, prófugos y crotos3 provenientes de Argentina, los que desde esta temprana etapa difundieron periódicos, panfletos e ideas anarquistas.
Aquí es necesario señalar que las doctrinas socialistas y de “izquierda” en general, llegaron a Bolivia con retraso en relación a lo ocurrido en repúblicas vecinas como Chile, Uruguay o Argentina, donde el anarquismo se había arraigado a partir de la década de los 80 del siglo XIX. Esto puede atribuirse a las reiteradas y masivas inmigraciones de obreros europeos a esos países, quienes llevaron consigo las ideas y prácticas emancipatorias más avanzadas del viejo continente. En el caso boliviano, y como sugiere Irma Lorini, la introducción del ideario socialista y anarquista se dio por un canal diferente a las repúblicas vecinas, donde se puede hablar de una vía directa abierta por la llegada de masas europeas, mientras que a Bolivia las nuevas ideas llegaron por distintas vías indirectas.
Aparte del flujo de activistas y crotos argentinos, otro canal para la llegada de las doctrinas obreras en sus distintas vertientes fueron las inmigraciones de trabajadores bolivianos repatriados, cuyos orígenes se remontan al inicio de la primera década del siglo XX, periodo en el que la insipiencia de la industria generó que grandes contingentes de desempleados se trasladasen a otros lugares, sobretodo a las salitreras del norte de Chile, en busca de un futuro mejor. No obstante, la estadía de esta masa laboral migrante en Chile no duró demasiado, puesto que buena parte de los obreros bolivianos no tardaron mucho tiempo en volver a los centros mineros y otras ciudades del país, trayendo consigo las novedades socialistas entre 1914 y 1920 (Lora 1969:27; Lehm y Rivera 1988: 23).
Pero las nuevas ideas no sólo eran introducidas por los bolivianos repatriados, sino también por los propios obreros chilenos que venían a trabajar a los centros mineros en busca de prosperidad seducidos por la fama de la rica explotación del estaño. Como gran parte de la inversión en la industria minera fue anglo-chilena, varios inversores de Chile llegaron a Bolivia para asumir la gerencia y otros cargos jerárquicos en algunas empresas, trayendo tras de sí trabajadores de ese país que estimulaban el descontento social y/o la organización laboral (Mendoza 1976: 176; Delgado 1984: 56).
A la par de todo este proceso las nociones de independencia política entre los trabajadores se iban expandiendo poco a poco, más aún cuando la FOLP era prácticamente un cadáver viviente que ya no representaba a nadie. Frente a esto, grupos radicalizados de artesanos fundaron la Federación Obrera Internacional (FOI) durante mayo de 1912 (Lorini 1994: 107; Barcelli 1956: 66), iniciándose así la transición del periodo pre-sindical hacia uno propiamente sindical ya que, pese a que en este organismo existían todavía asociaciones mutuales, llegó a rebasar sus límites planteando demandas características de los sindicatos modernos.
La FOI existió hasta 1918 adoptando un nuevo tono de conciencia de clase y evitando, a diferencia de la FOLP y de las mutuales tradicionales, envolverse con partidos políticos y con el gobierno. Algunas de las demandas más importantes planteadas por esta federación a lo largo de su existencia fueron: la jornada de 8 horas de trabajo, la creación de una caja de ahorros para la vejez de los trabajadores y el establecimiento de universidades populares (Lora 1969: 171, 172). Respecto a su filiación política, no cabe duda que la FOI adoptó al anarquismo como parte de su base ideológica (Barrios 1966: 39; Lorini 1994: 138; Barcelli 1956: 66; Ponce, Shanley y Cisneros 1968: 12), aunque lo cierto es que al interior de la organización convivían varias corrientes políticas progresistas sin contornos muy definidos, probablemente porque en esta etapa los trabajadores encaraban por primera vez un proceso de asimilación de las nuevas doctrinas importadas de los países vecinos, además de que el anarquismo recién empezaba a difundirse poco a poco. Sea como fuere, efectivamente hubo una influencia anarquista en la FOI, y esta se fue perdiendo gradualmente, según Barrios: “en la medida en que los trabajadores adquirían madurez política y un concepto exacto de su papel” (1966: 38,39). Al margen de este tipo de interpretaciones lo que se debe tomar en cuenta es que esta federación jugó un rol determinante para la conciencia de los trabajadores de aquélla época, pues estos se convencieron de la necesidad de emanciparse de la influencia estatal y liberal.
La siguiente organización importante que se creó fue la Federación Obrera del Trabajo (FOT) en 1918, a raíz de la decisión de los miembros de la FOI quienes creyeron oportuno modificar el nombre de la organización pensando que la denominación “Internacional” no correspondía a un organismo regional. Esta transformación de la FOI en FOT es un hecho harto relevante para el movimiento laboral dado que la FOT junto con la Federación Obrera Local (FOL) fundada igualmente en La Paz, nueve años más tarde, será una de las principales centrales obreras del país hasta 1936.
b) La fase de expansión (1918-1927)
Cuando la FOI se disolvió para convertirse en FOT, durante 1918, los marxistas, que empezaban a crecer en número, consiguieron encaramarse en la nueva entidad, la cual se expandió a las principales ciudades del país estableciendo en ellas sedes y sucursales. La paulatina consolidación de FOTs dirigidas por el marxismo en las urbes centrales produjo que los pocos pero vigorosos anarquistas decidieran intensificar su actividad con sus propias organizaciones. De este modo vemos nacer, al iniciarse la década de los 20 en la ciudad de La Paz, pequeños grupos y círculos de propaganda netamente ácratas como el Centro Obrero Libertario y La Antorcha, entre otros varios. Fue La Antorcha, fundado en 1923 por una pléyade de trabajadores entre los que se destacaban Luis Cusicanqui y Domitila Pareja, el más importante y activo de estos pues, a pesar de haber sufrido persecuciones y destierros, su febril actividad consiguió fundar cuatro sindicatos que serían los pivotes de una nueva federación obrera: albañiles en 1924, carpinteros y mecánicos en 1925 y sastres en 1927.
2) La etapa del esplendor y la gloria (1927–1932)
La Federación Obrera Local, la crisis del capitalismo y las 8 horas de trabajo
Como se ha dicho, los cuatro sindicatos creados por La Antorcha y por otras minorías actuantes determinaron fundar su propia federación matriz: la legendaria Federación Obrera Local (FOL), durante una fecha ignota a principios de 1927 (Alexander 1967: 136; Lehm y Rivera 1988: 29). A partir de entonces la FOL fue incluyendo en su seno a varios otros sindicatos de artesanos pero también de obreros asalariados de textileras, así como trabajadores en fábricas de cerveza, cartones y fósforos. El mismo año se creó la Federación Obrera Femenina (FOF), aglutinando inicialmente a unas pocas organizaciones de verduleras que trabajaban en los mercados; sin embargo, la FOF se convertirá, después de la guerra del Chaco, en la vanguardia y el sostén de la FOL en una época de división y cooptación estatal según veremos luego.
Con el correr de los años la FOL no cesó de engrosar sus filas entre distintos estratos plebeyos extendiéndose también a Oruro, donde un puñado de dirigentes reorganizó la FOT de dicha ciudad bajo los principios del anarcosindicalismo en marzo de 1930 (Lora 1970: 86; Lehm y Rivera 1988: 48). El crecimiento anarquista en parte puede explicarse por el ambiente de crisis que vivía el país al finalizar la década de los 20, debido a la depresión de la economía mundial que ocasionó la caída internacional de los precios del estaño, produciendo a la vez desocupación, hambre, bajos salarios y convulsión social.
Es precisamente en este contexto cuando los folistas lograron materializar la rebaja de la jornada laboral para una gran parte de los trabajadores. Creo haber identificado la huelga y la movilización precisas que arrancaron tal conquista en la ciudad de La Paz: el 10 de febrero de 1930 la FOL, a iniciativa de sus trabajadores en madera, inició una huelga general acompañada de manifestaciones provocadas por los operarios de la Maestranza Americana de Maderas contra la gerencia, en demanda de la jornada de 8 horas y un aumento salarial de 30%, pedidos que inmediatamente se extendieron a los patrones de diferentes industrias y fábricas. En el pliego petitorio los huelguistas argumentaban acertadamente que para aquella época en todos los países del mundo ya regían las 8 horas, siendo Bolivia el último lugar donde se planteaba esta petición (“El Diario” 11 de febrero 1930: 9). Luego de algunos incidentes y altercados entre obreros, patrones y policías, se acordó una negociación que duró tan sólo unos días y que finalmente estableció, por primera vez de forma real, la jornada laboral de 8 horas para una gran cantidad de trabajadores. Pero el sabor de esta victoria se disolvió rápidamente en medio de la crisis económica que se agravaba con el transcurrir de los días: la depresión continuó y por tanto la agitación popular, en vez de reducirse, se incrementó.
En el caso de los albañiles, los efectos de la crisis se sintieron en forma particularmente dura ya que las construcciones se paralizaron y muchos maestros calificados tuvieron que trabajar hasta de peones y ayudantes si no querían engrosar las larga filas de desocupados. El clima social se puso realmente crítico, al punto de ocasionar violencias y saqueos:
Ya no hubo trabajo, algunos maestros buenos se han puesto a trabajar hasta de ayudantes de albañil, crisis terrible ha habido, entonces yo he visto claramente el año 1930 cómo la gente se convulsionaba, había un mercado en San Francisco frente al templo, he visto que han saqueado, no solamente el sector de constructores sino todos los desocupados; entonces sí que la lucha era fuerte contra la policía, la policía montada en caballos era, los rondines les decíamos, ellos resguardaban el mercado (Guillermo Gutiérrez en THOA 1986: 56).
Como la convulsión volvíase cada vez más grande el presidente Siles tuvo que ceder subvencionando por un tiempo algunos comedores públicos llamados “ollas del pobre”, acción filantrópica que evidentemente no resolvió nada. Por el contrario, las organizaciones laborales se fortalecieron y, bajo el lema “pan y libertad”, salieron furiosamente a protestar en las calles incentivados por los incansables anarcosindicalistas de la FOL, pero particularmente por su sindicato de albañiles y constructores.
Revueltas, armas y guerra
Ante la inminencia de un levantamiento masivo el gobierno optó por imponer el orden a través de la persecución, el destierro, y la cárcel. Mas los trabajadores enfrentaron la tenaz represión de forma creativa y audaz: el albañil Juan de Dios Nieto relata que, durante una manifestación en aquél fatídico año, los obreros movilizados asaltaron una fábrica de jabones y, tras haberlos humedecido, procedieron a untar con estos una calle empinada por la que los policías a caballo resbalaban siendo arrojados por los suelos (en ibid: 58), tecnología de lucha que se repitió en otras movilizaciones.
La represión obligó a los obreros a buscar formas imaginativas para reunirse, deliberar y movilizarse, utilizando todos los espacios posibles: desde los cerros cercanos a la ciudad donde se concentraban para realizar asambleas, hasta las iglesias:
...no nos dejaban reunir, entonces nosotros nos reuníamos en diferentes lugares. Hasta en el cerro nos hacíamos la asamblea para que no haya descubrimiento (Juan de Dios Nieto y Guillermo Gutiérrez en ibid: 47).
El año 1930, la policía nos agarraba en cualquier lugar, entonces nosotros hicimos una gran asamblea en el templo, en San Agustín, al lado de la Alcaldía; con pretexto de ir a escuchar misa se concentraba toda la gente, entonces el cura se sorprendió: ¡Qué milagro que venga tanta gente!, porque estaba repleto. De ahí nomás se salía en manifestación con su cartelón (Juan de Dios Nieto en ibid: 59).
El catalizador para el desborde total fue un intento de autogolpe de Siles quien pretendía lograr una prórroga en su mandato; empero, lo único que consiguió fue que el descontento se haga general: del 22 al 28 de junio sucedieron diferentes enfrentamientos callejeros entre manifestantes agitados por los folistas y otros sectores obreros y estudiantiles, contra agentes del orden en las principales ciudades del país, situación que se agravó con una división ocurrida en el seno del ejército. De modo que, una vez defenestrado Siles, el abigarrado levantamiento terminó siendo aprovechado por los militares quienes se hicieron con el gobierno a la cabeza del General Blanco Galindo. No obstante, los anarcosindicalistas continuaron sus actividades de agitación y convocaron con éxito al Cuarto Congreso Obrero realizado en Oruro durante agosto del mismo año. El control mayoritario del evento resultó fácil para los ácratas debido a su insistente labor organizativa y a la legitimidad adquirida por su participación en la reciente revuelta; de esta manera, no tuvieron problemas en imprimir a las deliberaciones y resoluciones el sello de sus propuestas doctrinarias, aislando completamente a los marxistas que abandonaron la gran reunión. Por otra parte, en el congreso se dio nacimiento a lo que pretendió ser una macro entidad matriz llamada Confederación Obrera Regional Boliviana (CORB) de influencia casi nacional, dirigida desde luego por la FOL y la FOT orureña.
La Junta Militar, dándose cuenta del crecimiento del anarcosindicalismo, desató una cacería descabezando a la FOL y a la FOT de Oruro, lo cual no fue suficiente para detener el impulso organizativo, pues la fuerza y el arraigo de los ácratas radicaba en los sindicatos de base y no en cúpulas directivas. De todos modos la persecución fue feroz, y como producto de los allanamientos y detenciones muchos dirigentes y miembros de base fueron trasladados a distantes confines de la selva oriental.
Entretanto, en Oruro y La Paz los coordinadores clandestinos continuaron movilizando a las bases y convocando acciones para resistir la ofensiva de la Junta Militar y para boicotear las elecciones en las que se perfilaba como seguro ganador el candidato Daniel Salamanca, nueva punta de lanza de la oligarquía terrateniente. Como veremos en seguida, las acciones propuestas no excluyeron el camino de las armas.
La reivindicación de la acción directa en su forma violenta caló por un tiempo al interior de la FOL: al iniciarse 1931 un grupo de dirigentes y miembros de base consideraron necesario recurrir a la “propaganda mediante los hechos”, práctica orientada al uso de las bombas y de la violencia selectiva como medio para acelerar procesos de insurrección en las masas. En esa dinámica algunos folistas abrazaron el anarquismo conspirativo, creando una red de activistas que desató una ola de explosiones y tiroteos cerca del cuartel de Miraflores y otras zonas de La Paz, en una confusa y oscura acción durante la noche del 11 de febrero. Este acto subversivo fracasó y hubieron varios detenidos, pero la conspiración continuó desarrollándose subterráneamente: la madrugada del 11 de septiembre miembros armados de la FOL, utilizando un automóvil, intentaron asaltar el cuartel de Miraflores con la ayuda de una parte del regimiento Colorados que se amotinó para dicho objetivo. El cuartel fue convulsionado por los conscriptos rebeldes quienes después de ocasionar la muerte de un subteniente se lanzaron al ataque de la comisaría seccional de la policía de Miraflores. El nuevo intento de generar una rebelión popular de gran magnitud también fracasó y otra vez el resultado de la acción fue la detención de varias personas, particularmente de los amotinados del cuartel que fueron sometidos a un escandaloso juicio y sentenciados a varios años de cárcel (“La Razón” 12 de febrero 1931: 12; 11 de septiembre 1931: 8; 6 de febrero 1932: 12). Pero por circunstancias azarosas los agitadores anarquistas más importantes no fueron capturados y todos tuvieron la precaución de no involucrar ni comprometer directamente a la FOL dado que, de forma inteligente, las acciones nunca fueron reivindicadas y al parecer ninguno de los detenidos mencionó a la federación. Sin embargo, la FOL exigió públicamente la liberación de los conscriptos en una gran movilización realizada el 4 de octubre de 1931, que terminó en una violenta y anecdótica revuelta popular engrosada por la participación espontánea del lumpen (“Ultima Hora” 5 de octubre 1931: 1,8; “La Razón” 6 de octubre 1931: 8).
A mediados de diciembre de 1931 el Ministro de Gobierno de Salamanca, ya en el poder desde febrero, presentó al Congreso un proyecto de Ley de “Defensa Social”, medida a través de la cual se pretendía otorgar al presidente poderes represivos extraordinarios contra la oposición política y los trabajadores: la idea básicamente era prohibir huelgas y acallar protestas sociales. Frente a esto, la FOL y la FOT de Oruro decidieron realizar una alianza táctica y temporal con la marxista FOT de La Paz, y juntas detuvieron la aplicación de la Ley de “Defensa Social” en enero de 1932 con propaganda y esforzadas movilizaciones callejeras. La agitación de las federaciones obreras continuó hasta mayo denunciando esta vez los afanes belicistas de Salamanca, quien de forma palmaria pretendía llevar a cabo una “solución final” al estado de inquietud que vivía el país a través de una guerra contra Paraguay. Pero nada detuvo el desastre y en junio el gobierno boliviano precipitó una larga y absurda guerra que destruyó temporalmente al movimiento sindical mediante el paroxismo patriótico, la cárcel, los fusilamientos y el envío de presos políticos al frente de batalla4.
3) Lasitud, cooptación y luchas femeninas (1935-1946)
“Socialismo militar” y sindicalismo para-estatal
Luego de tres años de infernales combates en una atmósfera pesadillesca, Bolivia perdió el extenso territorio del Chaco Boreal y casi el 25% de su población, es decir más de 65.000 jóvenes entre muertos, desaparecidos o cautivos, sin contar con los inválidos y mutilados (Klein 1995: 211). Tal catástrofe generó una nueva conciencia crítica en las clases medias e incluso al interior del propio ejército donde surgió una oficialidad joven inconforme que, convertida en la encarnación del sentimiento de frustración nacional frente a la ignominiosa derrota, asumirá el control del gobierno en la época de post-guerra como observaremos después.
Las organizaciones laborales se fueron reestructurando poco a poco una vez finalizado el conflicto bélico; en el caso de la FOL, esta se reorganizó en julio de 1935 (Lorini 1994: 122), y el contexto de post-guerra hizo que entable una nueva alianza con la FOT de La Paz para encarar las nuevas movilizaciones laborales. Casi un año después, en mayo de 1936, una masiva huelga general convocada por la FOL y la FOT paceña derrocó al gobierno de turno generando un vacío de poder que fue aprovechado por el ejército: los militares ingresaron triunfalmente en la política una vez más, sintiéndose llamados para resolver los problemas del arruinado país. Fueron David Toro y Germán Busch quienes asumieron el poder estatal entre 1936 y 1939, estableciendo un modo organizativo corporativista bajo el rótulo de “socialismo militar”. Este curioso régimen de tinte populista consideraba como aliado al movimiento sindical: creó, por primera vez, un Ministerio de Trabajo poniéndolo en manos de un dirigente laboral proveniente de la FOT paceña, y organizó un gran Congreso Obrero para fundar la nueva matriz organizativa de los trabajadores llamada CSTB (Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia), disolviéndose definitivamente las antiguas FOTs. Dicho proceso de cooptación ocasionó una primera gran crisis en las organizaciones anarcosindicalistas, pues varios sindicatos abandonaron la FOL para ingresar a la CSTB manipulada por el Estado y más adelante por los nacientes partidos de izquierda, mientras otros se vieron en un ir y venir entre una organización y otra. En el caso de la FOT orureña por ejemplo, los dirigentes no dudaron en renunciar a su anarquismo de preguerra y participaron de forma entusiasta en las altas esferas del sindicalismo oficial, también denominado para-estatal. Con todo, el “socialismo militar” se vio interrumpido en 1939 debido al suicidio de Busch, momento que resultó propicio para que el sector más reaccionario del ejército, liderizado por Quintanilla, convoque a elecciones facilitando la restauración oligárquica cuyo nuevo representante fue el General Peñaranda, nefasto personaje que gobernó entre 1940 y 1943 imponiendo nuevas violencias sobre el movimiento obrero y popular.
Entre la cooptación y la represión, la post-guerra hizo que la vieja fortaleza de la FOL se convierta en una nostalgia desmembrada, debido a la euforia provocada por los gobiernos populistas de Toro y Busch, y luego a causa de la represión de sus sucesores. Este proceso inició un camino laxo y errático para la federación anarquista, que sin embargo permanecerá vigente gracias al sorprendente resurgimiento, casi espontáneo, de un tipo único de sindicalismo libertario en el mundo: el anarquismo de las cholas.
El anarquismo de las cholas
Transversalmente a todo lo que ocurría desde la guerra, la actividad de los sindicatos anarquistas de mujeres fue adquiriendo un papel protagónico generando diversas luchas autónomas en la etapa de cooptación y clientelismo del sindicalismo para-estatal, en la época de Peñaranda y en el nuevo corporativismo de Villarroel del que hablaremos después. En efecto, y debido a la muerte de muchos hombres, la guerra implicó para las mujeres una mayor participación en la fuerza laboral y las convirtió en el sostén principal de una gran parte de los hogares plebeyos, además de que las cholas fueron siempre, casi por definición, un sector que habitualmente participó en actividades económicas que rebasaban el ámbito doméstico (Medinaceli 1989:82). Así, en el contexto de la crisis de post-guerra crisis inflacionaria y de abastecimiento, las mujeres trabajadoras mestizas vinculadas con el artesanado estaban en mejores condiciones para una labor de reorganización retomando la experiencia de la primera FOF de 1927, cuyas actividades se vieron interrumpidas por el conflicto bélico. La reconstitución de los sindicatos anarquistas femeninos se inició con la fundación del Sindicato de Culinarias (SC) durante agosto de 1935, entidad que surgió a raíz de una prohibición municipal decretada a fines de julio, que proscribía a las cholas subir a los tranvías bajo el pretexto de que incomodaban a las “señoras” rasgándoles las medias con sus canastas y ensuciando sus vestidos. Este hecho generó la reacción indignada de las trabajadoras cocineras, quienes se concentraban masivamente en los mercados cuando iban a realizar las compras, siendo así que, a la cabeza de aguerridas y hábiles organizadoras como Petronila Infantes conocida popularmente como “Peta”, Rosa Rodríguez y muchas otras, las culinarias movilizadas lograron vencer dicha prohibición y poco a poco, mediante un activismo casa por casa, fueron incorporando en el sindicato a algunas sirvientas, niñeras y mancapayas5.
Un aspecto a destacar es que, en su condición de vendedoras de servicios a la oligarquía, el trabajo de culinarias tenía cierto status superior en relación a otros oficios, lo cual lamentablemente no impedía que las cocineras sufrieran abusos, maltratos y violencias simbólicas. De todos modos, a pesar de las dificultades que tuvieron que atravesar, las culinarias generaron un fenómeno muy particular con su organización avanzados los años: si a un principio el sindicato era mal visto y rechazado por sus contratantes las casas de la elite paceña, posteriormente esta susceptibilidad cambió y las cocineras sindicalizadas se convirtieron en las más requeridas y garantizadas por su honestidad y sobretodo por la calidad de su trabajo. Entonces el sindicato, que a un principio aparentó ser perjudicial para sus afiliadas, pronto se convirtió en una verdadera ventaja que aseguraba una fuente permanente de empleo y buenos sueldos, invistiéndose además de un gran prestigio y reconocimiento social. Como puede suponerse, la paradoja de trabajar en las casas de la oligarquía y a la vez ser agitadoras anarquistas ocasionó a las culinarias más de un incidente con sus contratantes, sobretodo en el caso de Peta que por un tiempo llegó a trabajar en la casa del Prefecto de La Paz, quien en alguna ocasión tuvo que sacarla de la cárcel para no quedarse sin comida, sin mencionar otros sabrosos sucesos anecdóticos (Wadsworth y Dibbits 1989: 124,125).
Por otro lado, a mediados de la década de los 30 muchas mujeres de los estratos pobres incursionaron en los mercados buscando generar más ingresos para su economía desgastada por la crisis y la guerra. Con el repentino engrosamiento del sector de verduleras callejeras surgió la demanda de construcción de nuevos espacios de venta, más aún cuando, a fines de 1935, un desborde del río Choqueyapu arrasó con todo el antiguo mercado de frutas y verduras. La inundación provocó la muerte de una treintena de vendedoras de flores y generó una gran congoja en las mujeres que quedaron sin puestos de trabajo, impulsando a la vez la conformación de la Unión Femenina de Floristas (UFF) en mayo de 1936, bajo la dirigencia de la radicalísima Catalina Mendoza (Dibbits y Volgger 1989: 21). Esta nueva organización contribuyó con el SC en la formación de otros sindicatos que se fueron creando entre 1938 y 1940. Organizados por gremios verduleras, pescaderas, abarroteras, etc. a los nuevos sindicatos se sumó un grupo de contrabandistas aglutinadas en un Sindicato de Viajeras al Altiplano: singular organización que concebía su actividad como un servicio a la colectividad, además de que era nómade, pues se desplazaba junto con las afiliadas actuando tanto en la ciudad de La Paz como en el camino y en la frontera con Perú. La actividad de las viajeras consistía en el transporte de mercaderías y en la realización de gestiones ante las autoridades, para eliminar los abusos de policías fronterizos y mejorar de esta forma las condiciones de viaje (Peredo 2001: 91).
La dirigencia de la debilitada FOL rápidamente hizo suyos los planteamientos de las organizaciones femeninas, a través de las que todavía podía desarrollar los principales temas doctrinarios del anarquismo, particularmente la lucha contra el autoritarismo estatal. En 1940 los distintos sindicatos femeninos se dieron cuenta que ya tenían la fuerza suficiente para aglutinarse en una organización matriz y decidieron refundar la FOF, manteniendo la afiliación con la FOL, pero desarrollando una existencia autónoma en sus decisiones y acciones. A partir de este momento la FOF dio vida a la FOL, llevando a cabo varias luchas victoriosas y planteando demandas concretas, algunas de las cuales fueron: el reconocimiento del arte culinario como profesión, la creación de guarderías gratuitas para los niños de las trabajadoras, el derecho al descanso los domingos por la tarde, la abolición de la obligatoriedad de tener Carnet de Identidad y “Carnet de Sanidad”6, el derecho al divorcio, la igualdad entre hijos legítimos e hijos naturales y la destitución de autoridades municipales que abusaban a las vendedoras de los mercados mediante agentes policíacos.
Fue esta la manera en que la FOF mantuvo vivo al anarcosindicalismo, constituyendo un movimiento multitudinario y altamente combativo: los periódicos de la época hablan de movilizaciones de 2000 y hasta de 5000 mujeres; movilizaciones marcadas además por la creatividad cuando por ejemplo echaban agua jabonosa en las calles por donde bajaban los policías a caballo (Dibbits y Volgger 1989: 60,61) , y por el escándalo, ya que el hecho de ser cholas era reconocido con orgullo por estas trabajadoras, lo que causó la sorpresa e indignación de las clases dominantes que se veían impotentes y temerosas ante este gran despliegue de autovaloración y autoafirmación. Dado que es en la chola donde se cruzan más notoriamente las dimensiones de etnia, clase y género, esta identidad brindó a las luchas de estas mujeres un sello único, caracterizado por el coraje para enfrentar a una sociedad colonial racista y patriarcal. Además, la FOF se constituyó en una instancia que mejoró efectivamente la calidad de vida de sus integrantes pues, partiendo de necesidades básicas, inmediatas y cotidianas, se logró frenar las agresiones policíacas en los mercados y se usó dinero colectivamente recolectado para atender a las compañeras necesitadas o enfermas, sin contar que muchas afiliadas aprendieron a leer y escribir en veladas culturales organizadas junto a la FOL. Con todo esto, las cholas anarquistas generaron un movimiento inédito en la historia del sindicalismo femenino boliviano, que conquistó, en su tiempo, un lugar social y económico como nunca antes ni después lo hiciera ningún grupo de mujeres trabajadoras en el país.
4) El último ascenso y las rebeliones indígenas (1946-1947)
A fines de 1943 el teniente Coronel Gualberto Villarroel, en alianza con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR)7, logró llevar a cabo un exitoso golpe de Estado contra Peñaranda estableciendo una nueva versión del “socialismo militar”, pero en esta ocasión considerando a la masa india como una valiosa base de legitimación. El nuevo experimento militar de “izquierda” patrocinó el Primer Congreso Nacional Indígena en mayo de 1945, magno evento en el que por primera vez se abolió el pongueaje la servidumbre gratuita a que estaban sometidos los indios, aunque sólo de forma nominal y además sin tocar el tema de la propiedad de la tierra. Como sea, la aparente abolición del pongueaje llenó de entusiasmo a los indígenas y fue interpretada como una oportunidad para recuperar las tierras con el aval estatal. De ahí que, frente al incumplimiento de los decretos del congreso indígena por parte de los hacendados, veremos estallar una serie de insurrecciones en el agro que llegará a su máxima cima durante 1947. Por ahora es menester señalar que el régimen de Villarroel estuvo signado por una gran ambivalencia: si bien apoyaba al campesinado indio, al mismo tiempo atacaba a los sectores laborales urbanos representados en la CSTB y la FOL-FOF, lo que generó, entre otros factores, un ambiente de tensión y una nueva revuelta durante julio de 1946 que tuvo como espectáculo final el cadáver desnudo de Villarroel colgado de un farol en la plaza principal. Frente a las críticas de algunos, los anarcosindicalistas participaron en estos acontecimientos porque consideraban que una insurrección a gran escala estaba por venir, y efectivamente vino. Sin embargo, también creían que esa revuelta era parte de un proceso que inevitablemente tendía hacia una revolución, que influenciada por sus prédicas y su retórica anarquista, podía conducir a un cambio profundo y verdadero en los factores de la dominación social y económica. Al darse cuenta de que esto no iba a ser así, pues el defenestramiento de Villarroel sólo sirvió para que la vieja oligarquía volviese al poder hasta 1952, los anarquistas iniciaron una desesperada campaña para fortalecerse y desplegaron su actividad hacia el agro altiplánico de La Paz.
En la nueva coyuntura de restauración oligárquica y agitación india se crea la Federación Agraria Departamental (FAD) durante diciembre de 1946, afiliándose a la FOL y aglutinando a varios sindicatos indígenas recientemente creados (Lehm y Rivera 1988: 84). La FAD fue fruto de la labor organizativa de esforzados folistas como Modesto Escobar, Pastor Chavarría y Hugo Aguilar, quienes junto a una nueva generación de jóvenes libertarios y artistas forjados en Tupiza reestablecieron antiguos contactos con líderes indios colaborándoles en sus nuevas actividades. Llama la atención que uno de los objetivos principales de la FAD fue la educación indígena concebida como una vía para la emancipación, objetivo alcanzado parcialmente y con relativo éxito, ya que para el primer semestre de 1947 la FOL y la FAD habían conseguido levantar medio centenar de escuelas rurales que funcionaban autónomamente. De esta extensión hacia el agro se puede colegir que los anarcosindicalistas vivían su última fase de ascenso e importancia, en alianza con no pocos indígenas aymaras.
Con estos antecedentes llegamos al gran levantamiento indio de 1947, que no se limitó a una hacienda o provincia, sino que se dio en las áreas rurales más importantes de los departamentos de La Paz, Oruro, Cochabamba, Sucre, Potosí y Tarija. La rebelión tampoco estuvo organizada bajo un mando único ni ocurrió de forma simultánea o coordinada: se trató mas bien de una ola de sublevaciones de diferente intensidad, producidas en varias zonas durante casi todo 1947, que sólo pudo ser derrotada mediante la movilización masiva de fuerzas de la policía, del ejército y de la aviación militar. En este ambiente de efervescencia india sucedieron dos levantamientos en la zona de influencia de la FOL-FAD, uno en mayo y otro en junio, provocando la muerte de algunos hacendados y sus parientes, lo que ocasionó que el gobierno lance todo el peso de la represión sobre los folistas y sus aliados indios. La respuesta fue contundente y 200 indígenas fueron recluidos en campos de concentración ubicados en la selva oriental, como parte de una campaña cínicamente denominada “Plan humanitario de colonización del oriente”: infernal destierro en el que murieron 30 detenidos, entre ellos Marcelino Quispe y otros dirigentes de la FAD víctimas del hambre, la violencia y las enfermedades tropicales. En cuanto a los folistas urbanos, muchos fueron encarcelados en el panóptico de La Paz por varios meses, y en otros casos por varios años, siendo algunos liberados gracias a las movilizaciones y gestiones de la FOF. Estos golpes represivos, que continuaron hasta 1952 con allanamientos y nuevas detenciones, diezmaron totalmente a los anarcosindicalistas, tanto así que nunca más volvieron a alcanzar un nuevo impulso organizativo de importancia.
5) La agonía y la disolución final (1947-1964)
La caída de una oligarquía
Después de que los folistas sufrieron la gran represión por las rebeliones del 47 las tareas de agitación en el campo y las ciudades quedaron a cargo de otras fuerzas, entre las que se destacaba con mayor nitidez el MNR por medio de sus propagandistas reclutados entre dirigentes mineros e indígenas. En este clima de invariable inquietud llegaron las elecciones presidenciales en mayo de 1951: para escalofrío de las clases dominantes el MNR presidio por Víctor Paz y ahora con el apoyo de la clase media, ganó la contienda electoral. En un último esfuerzo las elites políticas y económicas, junto con el ejército, decidieron luchar hasta el final: a los pocos días de las elecciones el presidente Urriolagoitia renunció a la presidencia transmitiendo ilegalmente el mando del país al jefe del Estado Mayor quien a su vez nombró al General Hugo Ballivián presidente. El nuevo gobierno anuló inmediatamente las elecciones ilegalizando al MNR bajo el pretexto de que el “comunismo” no tenía cabida en el país debido a la “Guerra Fría”. Esto no hizo otra cosa que catalizar la insurrección definitiva: después de tres días de intensos combates que cobraron más de 600 vidas, la plebe en armas, compuesta por masas indias, mineros y obreros en general, logró destruir al ejército el 9 de abril de 1952. Los miembros de los escasos sindicatos de la FOL lucharon en las calles permaneciendo en el vórtice de los acontecimientos durante los días de revolución, pero las masas armadas estaban obnubiladas por el MNR, de tal suerte que Víctor Paz se hizo fácilmente con el poder iniciando un nuevo periodo de cambios para el país.
Pese a que la revolución puso al movimiento obrero, como nunca antes, en medio de los centros del poder político, coincido con Herbert Klein en que dicho suceso fue un lance incompleto y que compartió más cualidades de la Revolución Francesa que de la Revolución Rusa, ya que destruyó a una elite tradicional de ribetes feudales o, en este caso, mas propiamente coloniales, y llevó al país hacia la corriente de la sociedad moderna sin destruir el orden de clases (1995: 9,10). Esta revolución fue de carácter nacional y se planteó a partir de la contradicción general entre “oligarquía” y “pueblo”, o entre la “nación” y la “anti-nación”, no a partir de contradicciones de clase; por tanto, los actores sociales que llevaron a cabo esta transformación eran concebidos por los nuevos gobernantes como partes indiferenciadas del “pueblo” (Mayorga 1993: 105).
El MNR no tardó en deformar los contenidos del proceso y constituyó una nueva burguesía, esta vez “nacional”, realizando reformas que no evitaron el ingreso de capital transnacional al país: los dirigentes emenerristas, miembros rebeldes y “parientes pobres” de la vieja casta criolla, estaban convencidos de la modernización del país dentro los marcos de la economía capitalista. Y es que la denominada ideología del “nacionalismo revolucionario”, elaborada en los 40 por una elite de intelectuales y que se consolidó con la revolución, se basaba en el proyecto de construir un Estado-nación “inclusivo” y moderado, pero sin cambiar las relaciones racistas y económicas de dominación, conciliando a las facciones tanto de derecha como de izquierda en torno a la idea de modernización del país. Con tales objetivos, el “nacionalismo revolucionario” levantó un capitalismo de Estado logrando abortar el proceso de rebelión permanente iniciado en la primera mitad del siglo XX, y condujo al país hacia nuevos y largos periodos de autoritarismo y privatización. De hecho, como marco ideológico, el “nacionalismo revolucionario” tuvo tanta influencia en los procesos políticos bolivianos que su vigencia sigue hoy presente aunque con matices disímiles. En una palabra: la revolución destruyó a una oligarquía para poner en su lugar a otra, que aunque inicialmente compartió funciones de gobierno con dirigentes del movimiento laboral, no tardó mucho tiempo en desembocar en una cadena de dictaduras anti-obreras.
Un nuevo corporativismo: la COB y los efectos de la revolución
Desde el inicio del nuevo escenario se produjo un gran proceso de cooptación y manipulación sindical, creándose, durante los últimos días de abril del 52, una nueva, poderosa y burocratizada entidad laboral: la Central Obrera Boliviana (COB), instancia que se constituyó en la organización más importante aliada con el régimen. La flamante Central terminó nombrando tres ministros obreros y uno de ellos fue Juan Lechín, Secretario General de la FSTMB8, quien convertido en jefe de la COB a la vez se hizo cargo del Ministerio de Minas y Petróleo.
La estructura jerárquica, patriarcal y clientelista de la COB que “co-gobernó” el país, constituyendo una forma de administración estatal que algunos llamaron “poder dual” entre los obreros y el MNR, aceleró el desmantelamiento del agonizante anarcosindicalismo cuando se estableció que todas las organizaciones laborales tenían que afiliarse a la nueva central. Así, los pocos sindicatos libertarios todavía existentes hasta ese entonces empezaron a desaparecer o a integrarse a la COB, determinando todo esto la muerte de la FOL durante los meses que siguieron a la revolución de abril.
Respecto a los sindicatos indígenas que antes estuvieron federados en la FAD, estos se diluyeron integrados en una instancia oficial creada desde el Estado. Otros sindicatos, como los de sastres y carpinteros, fueron igualmente forzados a afiliarse a la COB del mismo modo que los demás sectores vinculados antaño con el anarquismo (Lehm y Rivera 1988: 99). Y es que en la temprana etapa post-revolucionaria algunos dirigentes y miembros de base de la FOL se sintieron frágiles frente a las alternativas de ascenso social que les brindaba el MNR y la COB, cayendo rendidos a la casi irresistible cooptación. En relación a los albañiles por ejemplo, dicho sector se encontró profundamente dividido desde la revolución, y los antiguos constructores anarcosindicalistas terminaron renunciando a sus postulados e integrándose en las estructuras burocráticas de la COB durante 1953 (THOA 1986: 73).
En el caso de la FOF, la otrora poderosa organización femenina se mantuvo autónoma tres años después de la revolución, pero por la naturaleza de sus sindicatos tuvo que afiliarse a la Confederación Sindical de Trabajadores Gremiales (CSTG) nacida en 1955 y dependiente de la COB, entidad que relegó a un segundo plano a las cholas libertarias, produciéndose finalmente la desaparición definitiva de la mayoría de los sindicatos de recoveras (Dibbits y Volgger 1989: 83,84).
Otra muestra de cómo el anarcosindicalismo se fue perdiendo en tanto identidad colectiva es lo ocurrido con el SC. Tal sindicato existió hasta 1958 y algunas causas para su muerte se deben a los grandes cambios sociales producidos por la revolución de 1952, que incidieron en que el servicio doméstico fuera cambiando debido a la pérdida de prerrogativas de la oligarquía. Al bajar el nivel de vida y los privilegios como la efectiva abolición del pongueaje por ejemplo de los estratos dominantes, estos tuvieron que renunciar a ciertas comodidades reduciendo su personal de servicio sobretodo doméstico, lo que ocasionó que el oficio de culinaria perdiera su anterior status en cuanto a remuneración y condiciones laborales, por lo que muchas de las integrantes del SC no tuvieron otra opción que convertirse en empleadas domésticas o dedicarse al comercio informal. Al mismo tiempo se amplió la oferta de mano de obra para el servicio doméstico, debido a la migración rural-urbana de mujeres indígenas que empezaron a vender su fuerza de trabajo por sueldos cada vez más bajos (Wadsworth y Dibbits 1989: 201,202,203).
Para 1964 lo único que quedaba del anarcosindicalismo era la FOF, que a pesar de hallarse condenada a la esterilidad y a la inacción al interior de la COB, todavía afirmaba su existencia con un par de sindicatos afiliados. Pero es en 1964 cuando el “nacionalismo revolucionario” ingresó en su etapa de autoritarismo militar: René Barrientos, ex-aliado del MNR, consolidó un nuevo golpe de Estado alejando a la COB de las estructuras del Estado, poniendo fuera de la ley a los sindicatos que no se sometían a una reordenación nacional y enterrando para siempre lo que quedaba de la FOF.
Añádase a todo esto la desvalorización y desplazamiento del trabajo manual de los artesanos, elemento no menos importante para la destrucción del anarcosindicalismo que fue observado por los propios folistas en sus conversaciones con Lehm y Rivera (1988: 141-148). No olvidemos que la mayor parte del movimiento libertario boliviano estaba compuesto por artesanos, quienes con el cada vez más rápido desarrollo de la industria comenzaron a vivir un proceso de descalificación de su trabajo, acelerado desde mediados del siglo XX. Se trata de un fenómeno que se ha dado siempre como efecto del desarrollo industrial y de las técnicas estandarizadas de producción: no es que el artesanado desaparece abruptamente y para siempre, sino que se encuentra sujeto a un complejo proceso de cambio. Este hecho en Bolivia se incrementó con la derrota de la vieja oligarquía y estuvo acompañado por la “invasión” de migrantes rurales a los centros urbanos, como producto de las reformas de la revolución que concedieron ciudadanía a los indígenas. Los migrantes contribuyeron a marginar a los artesanos “cultos” cuyo trabajo de mayor calidad dejó de ser importante, pues a poca gente ya le interesaba comprar muebles o trajes manual y prolijamente producidos. Dichos factores también incidieron en la erosión de las bases artesanales del anarcosindicalismo, las que al ser obligadas a diversificar su forma de vida se vieron imposibilitadas de reagruparse quedando con las raíces en el aire.
A modo de corolario podemos decir que la emergencia del MNR como partido de masas y su victoria con la insurrección de abril estableció una nueva etapa de reformas inéditas: liberadas las masas indígenas de la servidumbre y la explotación, y consolidado un nuevo Estado corporativista apoyado en una poderosa central obrera, el anarcosindicalismo quedó obliterado como un resabio anacrónico. ¿Cómo hablar de abolición del Estado si las multitudes plebeyas veían el triunfo de sus seculares aspiraciones en el gobierno del MNR? Era un proceso en el que los folistas ya no tenían cabida. Además, en la medida en que la FOL no pretendía participar en la política formalmente, es decir, no pretendía “tomar el poder”, poco a poco se fue marginando frente a los horizontes estatales del resto de las agrupaciones obreras y organizaciones partidarias de izquierda que se convirtieron en hegemónicas. Finalmente, el crecimiento de las industrias y las fábricas, incrementado desde mediados del siglo XX como parte de las políticas de modernización del país, determinó la descalificación de la labor artesanal, aplastada igualmente por la competencia de la fuerza de trabajo rural barata venida en masa a las ciudades. Todos estos temas se conjugaron determinando la muerte del sindicalismo libertario y el triunfo definitivo del Estado y el capitalismo con la revolución.
Epílogo
La certeza más importante que sale a la luz de la presente narración es que el movimiento sindical anarquista jugó un papel de primer orden en la formación del moderno movimiento obrero boliviano, puesto que inició el proceso de transición del mutualismo hacia el sindicalismo, contribuyendo así a consolidar una forma de organización que es hasta hoy uno de los pilares fundamentales de socialización y participación política en el país. De hecho, el sindicato es en Bolivia una estructura casi irremplazable de movilización y ciudadanía, y su modelo impregnó a varios sectores de la sociedad, asalariados o no, como los campesinos y algunos segmentos de las clases medias. No obstante, la forma actual de organización sindical difiere abismalmente del paradigma planteado por los anarquistas, ya que estos insistieron siempre en la necesidad de crear modos de gestión horizontales, manteniendo la autonomía de los trabajadores frente a los partidos y al Estado, a diferencia del sindicalismo jerárquico que hoy conocemos como producto de la revolución del 52 y de la creación de la COB.
Por otra parte, resulta llamativo el escepticismo común que existe en relación al potencial emancipatorio del artesanado: se supone que el artesano es dueño de sus propias herramientas y que vende el producto de su trabajo; en cambio el proletario es aquél desposeído de medios de producción que al vender su fuerza de trabajo recibe a cambio el valor de esa energía bajo la forma de salario. Según interpretaciones dogmáticas del marxismo esta condición “predestinaría” a los proletarios a constituirse en la “fuerza natural” del cambio social, por lo que se considera que el artesanado, en tanto pequeño propietario de herramientas y en tanto trabajador libre, es una rémora del feudalismo que desaparecería sin dejar huella debido a los procesos industrializadores. Además, por estas mismas razones, el artesanado estaría incapacitado para jugar un papel revolucionario (Barcelli 1976: 47,48). En contraste con esta visión todo lo hasta aquí expuesto demuestra que este esquema no es válido para formaciones sociales como la boliviana, pues en este país los artesanos se constituyeron en el motor de la organización obrera, por lo menos hasta la guerra del Chaco, y asumieron un rol contestatario y radical siendo dueños de su tiempo y de su fuerza de trabajo.
También es interesante notar que el anarcosindicalismo vino a expresar una suerte de aspiración de universalidad, en la que se mezclaron una sutil hegemonía cultural occidental con contenidos y prácticas igualitarias y humanistas (Lehm y Rivera 1988: 268). Pese a esto los folistas se esmeraron también por incorporar en sus praxis y discursos un reconocimiento explícito de las contradicciones coloniales, además de que ellos, como mestizos, también sufrieron la discriminación y el desdén de la elites criollas. Es decir que, a pesar del origen occidental del anarquismo y su tenue actitud civilizadora hacia el mundo indio, los folistas, a diferencia de la izquierda marxista y racista, tuvieron la certeza de que el grupo social fundamental que debía ser tomado en cuenta para la emancipación social eran los indios. Con esta convicción, los ácratas se involucraron en las luchas indígenas, apoyándolas en varios momentos no sin muchos esfuerzos, sufrimientos y contradicciones.
Los anarquistas también asumieron sus postulados doctrinarios de forma dogmática y devota, lo que limitó las posibilidades de ensanchar sus horizontes estratégicos quedándose estancados en un activismo militante relativamente estéril. Sin embargo, esto no impidió la creación de nuevas relaciones sociales de horizontalidad en sus organizaciones, a través de las cuales los ácratas apelaron a producciones de subjetividad capaces de resistir a las distintas formas de dominación social en sus aspectos generales y sobretodo cotidianos. Así, los anarcosindicalistas crearon una auténtica cultura obrera e hicieron de sus sindicatos verdaderos focos de una sociabilidad alternativa basada en la solidaridad, en las relaciones horizontales entre mujeres y hombres y en el antiautoritarismo, prefigurando a la vez pequeños embriones de lo que consideraban debía ser la sociedad futura producto de una revolución.
Pero cuando esa revolución llegó, en 1952, sólo vino para crear un Estado nacional y una configuración social que nada tenía que ver con los anhelos libertarios, los cuales chocaron impotentes contra una realidad de servidumbre política voluntaria enraizada en lo más profundo de la colectividad humana: la revolución mató al anarcosindicalismo boliviano para siempre, arrojando su olvidado cadáver al depósito de los desperdicios de la historia.
Con todo, la reciente historia del país iniciada el año 2000 nos plantea una paradoja que no siempre es bien percibida: nuestra época, como sugiere Manuel Castells (2005), no es la del fin de las ideologías, sino la del renacimiento de aquellas que encuentran cabida en las experiencias sociales presentes. Este sería el caso del anarquismo, dado por muerto hace mucho tiempo pero que hoy, bajo polifacéticas formas, irrumpe nueva y subyacentemente en los postulados de los movimientos sociales mediante la reivindicación de consignas y praxis como el asambleísmo, la horizontalidad, la democracia directa, la organización de redes en sustitución de los partidos políticos, etc. Por esto, podría verse la derrota de los anarquistas como una derrota temporal, por lo menos en apariencia, ya que desde 2000 una nueva emergencia plebeya e indígena desafió al sistema neoliberal boliviano con el uso de formas organizativas cercanas al anarquismo: formas espontáneas, autónomas y flexibles, y no siempre apoyadas en el viejo y anquilosado centralismo cobista. Mas la paradoja adquiere ahora otro matiz con el ascenso de Evo Morales al poder, porque el mencionado dirigente indio está consolidando otro proceso de cooptación en los movimientos sociales similar al ocurrido en 1936 o 1952. Dicho de otra forma: la actual época boliviana iniciada siete años atrás terminó siendo instrumentalizada por un partido político apoyado en una base sindical y de clase media que, al igual que el MNR en el 52, ha logrado abortar el gran despliegue de autodeterminación que comenzó con la acción de diferentes y variopintos movimientos sociales el año 2000.
El nuevo gobierno tiene todas las características de un Estado nacional corporativista sustentado esta vez en los sindicatos campesinos y cocaleros, y ya ha absorbido a casi todos los sectores contestatarios mediante una readaptación indígena del “nacionalismo revolucionario”. No es que la historia vuelva con sus mismas características, pero como las ideas de que son capaces los hombres encaramados en el Estado son de cantidad limitada, regresan siempre bajo otra apariencia, dando así a un modelo de prosperidad y liberación fracasado un aspecto de novedad y un barniz de rebeldía. Entonces, el verdadero fracaso de construir una sociedad feliz no vino tanto de los anarquistas, sino del Estado y del capitalismo que arrastran a la humanidad hacia un oscuro abismo de sinsentido y autodestrucción. Todos hemos perdido en esta historia.
Después de todo lo señalado me siento en condiciones de afirmar que, en marcado contraste con las formas del sindicalismo burocrático o para-estatal, un movimiento social y/o laboral sólo puede contener potencia emancipadora si apunta a la realización de sus objetivos disminuyendo lo más posible los hábitos de autoridad y paternalismo que todos tenemos arraigados en nuestras enajenadas mentes; de donde se desprende una segunda observación más importante aún: los nuevos movimientos sociales no son tan novedosos como muchos analistas creen, y estos movimientos, así como sus antecesores, son incapaces de producir una praxis de libertad duradera para toda la sociedad; y es que, en suma, los factores de la dominación a nivel macro son prácticamente inalterables. Por tanto, la materialización de una manumisión social nunca se hará realidad, y todo este sufrimiento y desesperación debería conducir a los seres humanos hacia la puesta en práctica de un modo de vida más sencillo y enfocado en el goce de la libertad cotidiana e inmediata, pues todo parece indicar que la esperada emancipación se encontrará únicamente a nivel personal y espiritual.
Por último debo mencionar que esta narración ha dado como resultado una mirada general que de ningún modo puede considerarse completa: se trata, sencillamente, de “crear” un nuevo punto de partida para el debate y para futuras investigaciones que exploren los movimientos eclipsados por el 52.
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1986 Los constructores de la ciudad. Tradiciones de lucha y trabajo del Sindicato Central de Constructores y Albañiles (1908-1980). THOA-UMSA. La Paz.
WADSWORTH, Ana Cecilia, DIBBITS, Ineke
1989 Agitadoras de buen gusto. Historia del Sindicato de Culinarias (1935-1958). Hisbol-Tahipamu. La Paz.
Prensa de la época:
El Diario (La Paz)
1930: 11 de febrero.
La Razón (La Paz)
1931: 12 de febrero; 11 de septiembre; 6 de octubre.
1932: 6 de febrero.
Última Hora (La Paz)
1931: 5 de octubre.
1 Los artesanos libertarios y la ética del trabajo de Zulema Lehm y Silvia Rivera; Los constructores de la ciudad. Tradiciones de lucha y trabajo del Sindicato Central de Constructores y Albañiles (1908-1980) del Taller de Historia Oral Andina; Polleras libertarias. Federación Obrera Femenina (1927-1965) de Ineke Dibbits, Ruth Volgger et. al. y Agitadoras de buen gusto. Historia del Sindicato de Culinarias (1935-1958) de Ana Cecilia Wadsworth e Ineke Dibbits.
2 Pese a su importancia económica y a su temprana aparición, el auténtico rol protagónico del proletariado minero se dará recién a partir de la década de los 40 del siglo XX.
3 Los “crotos” fueron una especie de “anarco-viajeros” surgidos en Argentina: personas libres que se dedicaban al ocio creativo llevando una vida nómade en los trenes y en los pueblos por los que atravesaban.
4 Desde fines de la década de los 20 una serie de incruentos incidentes en puestos fronterizos bolivianos colindantes con Paraguay pusieron en tensión a ambos países en razón de un límite poco claro en la zona del Chaco. Finalmente, el problema limítrofe sirvió como excusa al gobierno boliviano para lanzarse a la guerra bajo el pretexto del “honor nacional”, aunque también, según afirman muchos, hubieron en juego oscuros intereses petroleros ingleses y estadounidenses que contribuyeron a impulsar el conflicto.
5 Vendedoras de comida en las calles.
6 La guerra también despertó temores sobre la propagación de enfermedades venéreas, fiebre tifoidea, malaria y otros males contagiosos por el retorno de miles de soldados y desertores. En alianza con el sistema médico vigente los gobiernos empezaron a insistir en la higiene pública, enfocando su atención, sobretodo, en la clase obrera y en las mujeres cholas (Larson 2004: 81). Como parte de esta política las elites, apoyadas por el gobierno, empezaron a exigir un denominado “Carnet de Sanidad” a las cocineras o empleadas domésticas desde octubre de 1935, documento que debía tramitarse luego de un oprobioso chequeo médico en la “Policía de Higiene” dependiente de la Policía Municipal, que al mismo tiempo se encargaba del control médico de las prostitutas. El SC se movilizó contra esto y también contra la exigencia del Carnet de Identidad, debido a sus convicciones ácratas contra el control estatal y a los cobros de dinero solicitados para el trámite.
7 El MNR, partido “policlasista” y nacionalista en sus inicios, se fundó a principios de 1941, aunque sus orígenes se remontan hacia fines de los 30 cuando, a consecuencia de la guerra, nacieron nuevos partidos de izquierda que se infiltraron en las organizaciones obreras pugnando por empoderarse sobre el movimiento popular.
8 Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia. Fundada en 1944, bajo el amparo del gobierno de Villarroel, durante mucho tiempo estuvo influida por el MNR y por el POR (Partido Obrero Revolucionario) de raigambre trotskista.
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3 comentarios:
HOLA
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Buen articulo, estoy de acuerdo contigo aunque no al 100%:)
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