El pato Donald y el budismo zen
A veces, leyendo distraídamente un libro, somos sorprendidos por
unas líneas que nos sumergen en una especie de benéfico terror.
Parece se que sólo podemos comprender lo que ya conocemos...
Gurdjieff dijo que las ideas necesitaban tiempo para ser
comprendidas. La conciencia las guarda como un estómago de
rumiante y poco a poco las va digiriendo hasta que las nuevas
concepciones penetran el total del individuo. Pero, también, a veces,
nos meten un “gol psicológico”. Algo nuevo irrumpe bruscamente en
nuestro ser saltando toda clase de defensas. Y como toda nueva idea
asimilada produce necesariamente un cambio, (“Cambio” igual a
“muerte”) por inercia, nos aterramos.
Estos últimos días sentí ese terror de comprensión dos veces. La
primera, leyendo “Toutankhamon”, de Cristiane Desroches-
Noblecourt, (Hachette). La autora, después de dedicar todo un
capítulo a desmitificar las leyendas de “venganzas de faraones” que
periodistas venales inventaron, termina reconociendo que sólo dos
acontecimientos podrían merecer el nombre de “sobrenaturales”. El
primero se refiere al apagón que sumió en la oscuridad a todo El
Cairo en el mismo instante en que murió Lord Carnavon, el mecenas
que protegió al descubridor de la tumba de Tutankamón. Una
encuesta llevada a cabo no pudo explicar esta extraña pana de
corriente. (La palabra “casualidad” afloró a mi mente. Un hecho
fortuito y poéticamente bello, eso es todo, me dije. Pero el segundo
hecho me erizó los cabellos). “En Inglaterra, en el momento exacto
de la muerte de Lord Carnavon, tomando en cuenta la diferencia de
horarios, el perro favorito de éste se puso a aullar sin que nadie
pudiera callarlo, hasta que cayó muerto”.
Los acontecimientos son reales. Cualquier persona puede verificarlos consultando el libro que
mencioné. Si la mente de un perro tiene el poder de viajar de
Inglaterra a Egipto y enterarse de la muerte de su amo, ¿qué no
podrá el cerebro humano? ¿He empleado bien la palabra “cerebro”?
Responder a mi última pregunta implica relatar cómo sentí el “Terror
benéfico” por segunda vez:
mencioné. Si la mente de un perro tiene el poder de viajar de
Inglaterra a Egipto y enterarse de la muerte de su amo, ¿qué no
podrá el cerebro humano? ¿He empleado bien la palabra “cerebro”?
Responder a mi última pregunta implica relatar cómo sentí el “Terror
benéfico” por segunda vez:
Estos últimos días mis lecturas se han concentrado en el libro “Woumen-
kouan” (48 koans clásicos del Budismo Zen) y en una selección
del Pato Donald. La historieta del “Pato Bombero” corresponde
exactamente al mensaje de los koans 42 y 44.
Comencemos por el Pato Donald. He aquí el resumen del cuento: el
jefe de los bomberos invita al Pato Donald a formar parte del cuerpo
de voluntarios. Se lo cuenta a sus sobrinitos. Estos también quieren
participar, pero su tío, considerándolos unos bobos, los obliga a
quedarse en casa. Le dan un equipo con la condición de que al
escuchar la alarma salga inmediatamente con él hacia el incendio. Si
llega puntualmente recibirá una medalla de cobre. El pato,
orgullosamente, vacía un cofre diciendo que le servirá para guardar
las medallas que va a ganar. Esa noche suena la bocina pero el pato
no se despierta. Sus sobrinos lo sacan del sueño. El pato se lanza
hacia el incendio olvidando el casco, luego el hacha, luego los
pantalones. Cuando logra equiparse ya es tarde. La casa que quería
apagar es un montón de escombros y los bomberos ya se han
marchado. Al día siguiente lo llama el jefe y le da un puesto menos
importante. Le han quitado el hacha y en su lugar le encargan un
pequeño extintor. En la noche vuelve a sonar la alarma y el Pato
vuelve a quedarse dormido. Lo despiertan sus sobrinos. Esta vez se
viste con mucho cuidado pero en su apresuramiento, en lugar de
tomar el extintor, agarra una bomba de insecticida. Al tratar de
apagar el fuego hace que éste se extienda más. Al otro día el jefe lo
rebaja aún de categoría. Ahora apagará el fuego con un costal. Sus
sobrinos para ayudarlo deciden organizar en la calle un pequeño
incendio para que el tío no se sienta tan deprimido y trabaje. El Pato,
mientras tanto, encuentra un paquete de cohetes y los guarda en un
bolsillo por estimarlos peligrosos. “Tío, ¡hay un incendio en la calle,
debes tomar tu costal y salvar la ciudad!”. El Pato apaga la pequeña
fogata pero se le incendia la chaqueta. Corre a su casa. Estallan los
cohetes. El salón comienza a incendiarse. Los niños traen una
manguera y apagan el fuego. Llega el Jefe de Bomberos y los admite
en la compañía. Esa noche al sonar la alarma, los niños se despiertan
y gritando “¡Hay que ir deprisa!¡Ningún obstáculo nos detendrá!”
parten hacia el incendio en un modernísimo carro equipado con todos
los adelantos, mientras de pie, en la calle, con su miserable costal en
la mano, el Pato Donald los ve alejarse, murmurando “¡Tienen mucha
suerte!”.
En esta fábula se presentan muchos temas, desde el héroe que se
duerme, hasta la lucha contra el fuego prometeico, pasando por la
eliminación de objetos como camino de llegar al Yo original.
Quisiera citar la epopeya de Gilgamesh. En la tableta once un
inmortal, para probarle Gilgamesh su propia debilidad, le recomienda
que trate de no dormir durante seis días y siete noches. Gilgamesh
cierra levemente los ojos y se duerme. El Inmortal dice a su mujer:
“Mira a este hombre que quiere vivir eternamente y que no es capaz
ni siquiera de liberarse del sueño. Cuando se despierte, va a negar
que se ha dormido porque todos los hombres son mentirosos. Tú le
proporcionarás la prueba de lo contrario. Cada día fabrica un pan y
ponlo al lado suyo”. Al séptimo día, el Inmortal despierta a
Gilgamesh. Este dice furioso: “¡Cómo, apenas entrecierro los ojos un
momento y ya me empujas para despertarme!”. Pero cuando le
muestran los panes, el primero más podrido que los recién
fabricados, Gilgamesh se da cuenta que ha dormido seis días y siete
noches...
Este mentirse a sí mismo lo describe magistralmente Dostoyewski en
“Crimen y Castigo”. Un preso condenado a muerte, quiere dormir
toda su última noche. Se despierta un minuto. En ese minuto se
despierta también un perro que ladra un minuto. Ambos se duermen.
Horas más tarde pasa lo mismo: El preso se despierta un minuto al
mismo tiempo que el perro ladra un minuto. Al amanecer sucede lo
mismo por tercera vez. El preso se despierta en la mañana diciendo
que no pudo dormir porque toda la noche ladró un perro.
A juzgar por los textos mesopotámicos, la más antigua preocupación
de los hombres es “despertar totalmente”. Todas las doctrinas
esotéricas subrayan esta “maña” del hombre que le hace unir sus
pequeños estados de conciencia, como el prisionero de Dostoyewski,
y olvidar que entre ellos hay grandes lagunas de sueño. La totalidad
del Budismo Zen está basada en este despertar o iluminación llamada
“Satori”. “No hay Zen sin Satori que es el alfa y el omega del
Budismo Zen. El Zen desprovisto de Satori es como un sol sin luz ni
calor... El satori puede ser definido como una mirada intuitiva en la
naturaleza de las cosas en contraste con la comprensión lógica o
analítica. Prácticamente significa el descubrimiento de un mundo
nuevo, desapercibido hasta ahora a causa de la confusión de un
espíritu formado en el dualismo. Al alcanzar el satori, todo lo que nos
rodea es visto bajo un ángulo de percepción hasta ahora
desconocido. Para los que obtienen el satori, el mundo cambia....
(“Essais sur le bouddhisme zen” D. T. Suzuki, Editions Albin Michel).
Pasemos al Koan 44: “El bastón de Pa-Tsiao”. El maestro Pa-Tsiao
dice a los monjes en su sermón: “Si tenéis un bastón, os doy el
bastón. Si no tenéis bastón, os quito el bastón”.
Estas mismas frases se encuentran casi idénticas en el Nuevo
Testamento. “Porque se le dará a aquel que tiene y tendrá
abundancia; pero a aquel que no tiene se le quitará incluso lo que
tiene”. (San Mateo, 13, 12; 25, 29). “Cuidado con la manera con que
escucháis, porque a aquel que tiene se le dará y a aquel que no tiene
incluso lo que crea tener le será arrebatado”. (San Lucas, 8, 18; 19,
26).
Analicemos estas frases a la luz del Pato Donald. Nuestro personaje
recibe un “llamado” pidiéndole que apague el fuego. Se le da un
bastón sagrado en forma de un hacha. (Todos los maestros budistas
zen usan en sus sermones este bastón que tiene su raiz en el Tao. El
Taoísmo elige este símbolo extrayéndolo del reloj de sol. Se
enterraba una varilla en la tierra y siguiendo el cambio de la sombra
se podía ver la hora, el cambio de día en noche, de verano en
invierno. El bastón estaba en medio de la luz y la sombra ya a través
de su presencia las dos poderosas fuerzas del Universo, Yin y Yang se
manifestaban. El bastón entonces venía a significar el Yo original. Un
bastón que por más que se alargue nunca llega a la sobre
abundancia; por más que se ale acorte nunca se agota. Como dice
Nicolás de Cues, el “Máximo absoluto y el Mínimo absoluto
coinciden”...). Al recibir el llamado místico, el Pato Donald peca por
orgullo. Rompe la ley: “Piensa en la obra y no en fruto”
(Bagavadghitta). Se pavonea con los frutos que va a obtener: un
puesto de gran responsabilidad del que su yo narcisístico sacara
caricias y una medalla de bronce. (Si fuera un verdadero valor, la
medalla sería de oro). Piensa además guardar estos premios en un
baúl, símbolo de su ego cerrado. La idea del premio ha aterrado a
todos los santos. Siempre piden que se les dé el infierno por miedo a
amar a Cristo sólo por deseo de obtener el paraíso y no por Él mismo.
Los sobrinos que encarnan la lucha generacional, - son los nuevos
ejemplares de hombres, jóvenes, asociados en grupo- (“mejores son
dos que uno, porque si uno cayere ¿quién lo levantara?” “Un haz de
varillas no presto se rompe” Eclesiastés)- representan al moderno
pensamiento colectivo, a la gestalt, a la realización social antes que
individual. Ellos son tres y a la vez uno. Hablan una frase
dividiéndose las palabras. Así: A.-“Suena la alarma... B.- ... y el tío
debe... C.- estar dormido”. Estos sobrinos relegados por el
pensamiento ególatra son los que despiertan al sonar de la alarma.
Son los que se preocupan de apagar el fuego anónimamente, son los
que piensan en la obra y, por último, son los que tratan de ayudar al
Otro. Ellos “tienen” y por eso se les da el mejor carro de bomberos. El
pato Donald “no tiene”. Por eso mismo se le va quitando. Al final ni
siquiera puede apagar el fuego que hay en él mismo. Este fuego
interior pide agua, ¿qué significa esto?
Tellarhd de Chardin nos da la respuesta: “El fuego, este
principio del ser... Al comienzo había el Verbo... no había el frío ni las
tinieblas; había el Fuego... y por la virtud de su inmersión en el seno
del Mundo, las grandes aguas de la materia, sin un temblor, se
cargaron de vida. Nada tembló, en apariencia, bajo la inefable
transformación. Y sin embargo, misteriosa y realmente, al contacto
de la sustancial Palabra, el Universo, inmensa Hostia, se hizo Carne.
Toda materia está desde ahora encarnada, Dios mío, por tu
encarnación”.
El llamado de la Palabra-Fuego Divino necesita del Pato Donald
para que este la riegue el agua de su materia. El Pato, al dormirse,
no deja que se provoque la comunión y al no apagar el fuego, la
divinidad no puede encarnarse en él.
para que este la riegue el agua de su materia. El Pato, al dormirse,
no deja que se provoque la comunión y al no apagar el fuego, la
divinidad no puede encarnarse en él.
Pasemos al Koan 42. “La mujer sale de su concentración”. Una
mujer cae en concentración junto a Buda. Otros santos se quejan
porque ella merece este honor de estar junto al Buda. Ese les dice
que la saquen de su meditación. Ninguno puede. Llama al buda a
“Ignorancia”. Este se acerca a la mujer, hace su sonar sus dedos y
ella se despierta inmediatamente.
El contenido es muy claro: ni la ciencia no la discusión ni la
investigación pueden dar el Satori. Sólo la Ignorancia, sin forma, lo
encuentra. Houang-Po dice en su “Esencia de la ley que se transmite
por el espíritu”: “Incluso si todas las divinidades pasan sobre las
arenas del Ganges, estas no son felices. Incluso si todos los corderos,
insectos y hormigas pasan hollándolas con sus pies, las arenas no se
encolerizan. Las arenas no desean ni envidian tesoros maravillosos y
perfumes refinados. Las arenas tampoco odian las carroñas ni las
basuras malolientes. Este espíritu es el espíritu sin conciencia”.
El Pato Donald, moderno Prometeo, recibe el llamado para que
apague su pequeña hoguera mental, producto de unos cuantos
cohetes, y se sumerja en el gran fuego-inconsciente-universal. Es
evidente que la anormalidad del exceso de pensamiento dualístico,
hace sufrir al hombre. He aquí por qué el Pato chilla cuando se le
comienza a quemar la casa. Necesita el satori, pero le teme. Deja la
oportunidad y tristemente, aferrado a su costal filosófico, ve alejarse
a las nuevas generaciones diciendo para consolarse: “¡Tienen mucha
suerte1”. Creyendo que ellos no obtuvieron por un trabajo interior
constante que respondía a todas las llamadas, sino que sin trabajar
les dieron.
¡Pobre Pato Donald! Todo se le irá quitando, porque, aferrado a
sus concepciones mentales anquilosadas, espera que le den, sin
trabajar por lograrlo.
¿Y cómo lograr? El camino para el Pato Donald está trazado en
el cuento: debe dedicarse a limpiar su baúl, arrojando de él todas las
medallas de cobre.
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