Todo fluye y refluye;
todo tiene sus períodos de avance y retroceso,
todo asciende y desciende; todo se mueve como un péndulo;
la medida de su movimiento hacia la derecha,
es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda;
el ritmo es la compensación.
( El Kybalión)
Son varios los referentes y las conexiones entre música y ritualidad a lo largo de la historia humana. Es más, se podría afirmar que ambas, ritualidad y música, se prefiguran y confunden hasta el punto de ser una sola cosa. Son conocidas las ceremonias que utilizan el tam-tam para inducir estados de trance colectivo entre los participantes, o las letanías del rezo, o los mantras de los monjes repetidos con cadencia rítmica hasta el trance místico. Ya los pitagóricos intuían que el movimiento de los cuerpos celestes produce, de acuerdo a la relación armónica entre sus tamanos y distancias, una música que es el murmullo del universo que se torna inaudible para nuestros adormecidos oídos como resultan inaudibles los martillazos para los oídos del herrero.
La conexión entre música y magia no deja de ser frecuente, sino constante y la concepción de que ambas son fenómenos ajenos entre sí corresponde más bien a la banalizacion y mercantilización de nuestro" Ser Musical". Se nos induce a pensar que la música es un producto más que debe de cumplir los cánones de calidad, moda o utilidad impuestos para la creación de un circuito comercial de la música, amparada por conceptos como los de la propiedad, derechos de autor y demás parafernalia legislativa que pretende hacer de la experiencia músical una mercancía bajo la idea de que la música hecha por sus falsas estrellas es la única experiencia musical válida y legítima y que debemos seguir sus modas y adquirir sus ritmos acompanados de su tambien comercial estética. Y aquí lo triste es que muchas expresiones auténticamente fuera de la lógica del consumo comercial son óptimamente digeridas y excretadas como un buen (excelente) producto más. Cuando me refiero a esto hago también referencia a estilos musicales considerados "rebeldes" y "contestarios" que finalmente ceden y tranzan en nombre del éxito que se transformará en su tumba.
Sin embargo, y pese a esta circunstancia podemos apreciar que la ritualidad no se ha desligado de la música, lo que se ha desplazado ha sido nuestra concepción de música como ritualidad y de ritualidad como música, creando esta dicotomía que nos impide vivir lo músical como una experiencia mística. Con esto no me refiero que debamos meditar cada vez que suene la radio, o que debamos deleitarnos con composiciones exquisitamente elaboradas. No, para la magia no hace falta la parafernalia, el mago puede embriagarse mirando el agua, el canto de un ebrio es también el sonido del universo girando.
Lo importante aquí es la intensidad y la sinceridad con que se afronta la experiencia musical, si dejamos de lado nuestras preconcepciones y prejuicios, ese ruido psíquico cargado de frecuencias mentales que impiden a nuestros oídos ecuchar con claridad. Despues de todo dentro nuestro se encuentra el ritmo primordial del sistole y el diastole a los cuales no atribuimos juicio estético por que su función es vitalmente orgánica y ritmica, su ritmo no es bueno ni malo. El lenguaje musical y el ritmo prefiguran al lenguaje hablado, y son la forma de comunicación de todas las cosas vivas. Si logramos afinar nuestros oídos bajo esta frecuencia los sonidos de la música del kaos empezará a ser audible.
Para esto sugiero una práctica de decondicionamiento, borra de tu mente la idea de qué es buena música y qué es mala música, el valor de cualquier doctrina, de cualquier género musical se encuentra en la libertad para su transgresión. Prueba a colocar el disco de un grupo que jamás oirías bajo circunstancias de tu vida normal, pídele a tu vecina que te preste algunos de sus casettes, acude a una fiesta de salsa tropical si es que, por ejemplo, te gusta el blackmetal y haz lo inverso si es que eres amante de la salsa, escucha atentamente, baila como un derviche en medio de puas y cuero negro, sacudete al ritmo de un bolero bajo el influjo de la diosa Kali que destruye y crea mundos cuando baila, acude a un karaoke de algún barrio rojo y escucha la música de los ebrios con devoción mística hasta que amanezca, embriagate y canta con ellos hasta olvidarte para que fuiste. Conciertos improvisados de música basura, cacerolazos para hechar al corrupto de turno, música paleolítica bajo el influjo de psicotrópicos. Experimenta el tránsito entre los géneros. Cuando la mente se encuentra en absoluta perplejidad, la capacidad de intentar lo imposible se deja conocer.
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