miércoles, 3 de octubre de 2007
No Trabajes!!! (Extractos del Manifiesto Kontra el Trabajo)
Estos son algunos extractos que tomé libremente y casi al azar del Manifiesto Contra el Trabajo. Al que le interese el manifiesto en su totalidad lo puede encontrar en el web http://www.krisis.org/manifest-gegen-die-arbeit_spanisch.html
Desde hace ya más doce años la gente del Grupo Krisis de Alemania, intenta desarrollar una posición, más allá de las corrientes académicas dominantes y de los discursos paralizantes de la izquierda "movimentista", que suponga una superación del marxismo de tipo "movimiento obrero", sin caer en un discurso afirmativo "realista". Siendo conscientes de que esto no resulta posible sin establecer relaciones activas y organizar foros de discusión, hace años que la asociación Krisis viene organizando mesas de discusión, encuentros de trabajo, etc., que persiguen facilitar el intercambio entre personas con voluntad de transformar las viejas maneras de la izquierda, a fin de abrir un debate entre posturas, sectores y modos de hacer hasta ahora dispares, que permita crear una nueva crítica social de carácter «antipolítico».
En El manifiesto contra el trabajo la gente de Krisis consigue sintetizar muy certeramente los ejes principales de su crítica a la sociedad del trabajo, desarrollados más extensamente en numerosos artículos y libros.
Manifiesto contra el trabajo
del Grupo Krisis
Un cadáver domina la sociedad, el cadáver del trabajo. Todos los poderes del planeta se han unido para la defensa de este dominio: el Papa y el Banco Mundial, Tony Blair y Jörg Haider, los sindicatos y los empresarios, los ecologistas alemanes y los socialistas franceses. Todos conocen una única consigna: ¡trabajo, trabajo, trabajo!
¡El que no trabaje, no come! Esta cínica fórmula todavía es válida, y hoy en día incluso más, porque se vuelve irremisiblemente obsoleta. Es absurdo: la sociedad nunca ha sido tan sociedad del trabajo como en un momento en que el trabajo se está haciendo innecesario. Es precisamente en el momento de su muerte cuando el trabajo se revela como un poder totalitario que no admite otro dios a su lado. Determina el pensar y el actuar hasta en los poros de la cotidianidad y la psique. No se ahorran esfuerzos para prolongar artificialmente la vida del ídolo trabajo. El grito paranoico de «empleo» justifica que se fuerce incluso la destrucción, hace tiempo conocida, de los fundamentos de la naturaleza. Cuando se abre la perspectiva de un par de miserables «puestos de trabajo», se permite dejar de lado acríticamente los últimos obstáculos a la comercialización total de todas las relaciones sociales. Y se ha convertido en un acto de fe comúnmente exigido la idea de que es mejor tener «cualquier» trabajo que ninguno.
Las ruedas del totalitarismo económico aplastan un país tras otro y demuestran así siempre lo mismo: que éstos han contravenido las llamadas leyes del mercado. Al que no se «adapte» incondicionalmente y sin considerar las pérdidas al transcurso ciego de la competencia total, le castigará la lógica de la rentabilidad. Las bases de la esperanza de hoy son la basura económica de mañana.
A la policía, las sectas salvadoras, la mafia y las cocinas populares les tocará encargarse de esta molesta «basura humana». En los EEUU y casi todos los países de Europa central hay más gente en las cárceles que en cualquier dictadura militar mediana. Y en Latinoamérica los escuadrones de la muerte de la economía de mercado matan diariamente a más niños y pobres que a opositores en los peores momentos de represión política. A los excluidos sólo les queda una función social: la del ejemplo aterrador. Su destino ha de servir para que todos los que todavía están en «la carrera hacia la tierra prometida» sigan aguijoneándose en el combate por los últimos puestos de trabajo; y que incluso la masa de perdedores se mantenga en un trajín incansable para que no se les ocurra rebelarse contra unas imposiciones tan desvergonzadas.
Pero aun pagando el precio del autoempleo, este nuevo mundo tan bonito de la economía de mercado totalitaria sólo prevé para la mayoría un lugar como personas sumergidas en la economía sumergida. En tanto que mano de obra más barata y esclavos democráticos de la «sociedad de servicios» sólo les queda ponerse sumisamente al servicio de los vencedores bien pagados de la globalización. A los nuevos «pobres trabajadores» se les permite limpiarle los zapatos a los últimos hombres de negocios de la sociedad feneciente del trabajo, venderles hamburguesas contaminadas o vigilarles sus centros comerciales. Y quien haya dejado su cerebro en el guardarropía puede incluso soñar con el ascenso a millonario de servicios.
«Cualquier trabajo es mejor que ninguno.»
Bill Clinton, 1998
«Ningún trabajo es tan duro como ninguno.»
Lema de una exposición de carteles de la Oficina Federal de Coordinación de las Iniciativas de Parados de Alemania, 1998
«El trabajo voluntario debería ser recompensado, no retribuido [...] Pero quien realiza un trabajo voluntario se libra además de la mácula del paro y del receptor de ayuda social.»
Ulrich Beck, El alma de la democracia, 1997
La simulación estatal del trabajo ya es violenta y represiva de por sí. Está al servicio de la voluntad incondicional de mantener con todos los medios disponibles el dominio del ídolo trabajo aun después de su muerte. Este fanatismo burocrático-laboral no permite a los excluidos, a los parados y a los carentes de oportunidades, y a los que se niegan a trabajar por buenos motivos, disfrutar de un poco de tranquilidad ni siquiera en los resquicios restantes, ya de por sí lamentablemente estrechos, del Estado social en descomposición. Trabajadores sociales y mediadores de empleo les arrastrarán bajo las lámparas de interrogatorio estatales, y se verán obligados a humillarse públicamente ante el trono del cadáver reinante.
Si ante los tribunales suele valer el principio de «inocente mientras no se demuestre lo contrario», en este caso el peso de las pruebas se invierte. Si en el futuro no quieren vivir del aire y del amor al prójimo, los excluidos tendrán que aceptar cualquier trabajo sucio y de esclavos y cualquiera de las «medidas de ocupación», por muy absurda que parezca, para demostrar su disposición incondicional a trabajar. Da igual si la tarea que han de realizar sólo tiene un sentido remoto o si representa una absurdidad absoluta. Lo importante es que sigan en movimiento permanente para que no olviden cuál es la ley que rige sus vidas.
No es ya la maldición del Antiguo Testamento —«comerás el fruto del sudor de tu frente»— la que pesa sobre los excluidos, sino una nueva perdición, esta sí inexorable: «no comerás, porque tu sudor no es necesario y es invendible». ¿Y se supone que esto es una ley natural? No es más que un principio social irracional, que se presenta como imperativo natural porque, durante siglos, ha destruido o ha sometido todas las demás formas de relación social, poniéndose a sí mismo como absoluto. Es la «ley natural» de una sociedad que se tiene por sumamente «racional», pero que en verdad sólo sigue la racionalidad finalista de su ídolo trabajo, a cuyas «exigencias circunstanciales» está dispuesta a sacrificar sus últimos restos de humanidad.
El Estado y la política de la Modernidad se encuentran inseparablemente entrelazados en el sistema coercitivo del trabajo, y es por eso que tienen que desaparecer los dos junto a éste. Las habladurías acerca de un renacimiento de la política son sólo el intento de reconducir la crítica del terror económico a una actuación que se pueda relacionar positivamente con el Estado. Pero autoorganización y autodeterminación son justamente lo contrario de Estado y política. La conquista de espacios socioeconómicos y culturales libres no se consumará tomando rodeos, sendas oficiales o desvíos políticos, sino mediante la constitución de una contrasociedad.
Libertad no significa ni dejarse machacar por el mercado ni administrar por el Estado, sino organizar según criterios propios las relaciones sociales sin intromisiones de aparatos enajenados. En ese sentido, los adversarios del trabajo lo que se proponen es encontrar nuevas formas de movilización social y de conquistar cabezas de puente para la reproducción de la vida más allá del trabajo. Lo que hay que hacer es combinar las formas de práctica contrasocial con el rechazo ofensivo del trabajo.
Por mucho que los poderes dominantes nos tachen de locos, porque nos arriesgamos a romper con su sistema irracional de imposiciones, nosotros no tenemos nada más que perder que la perspectiva de la catástrofe hacia la que nos conducen. ¡Tenemos un mundo más allá del trabajo que ganar!
¡Proletarios de todo el mundo, dejadlo ya!
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