PARA
FABRICAR ABISMOS
Adam
Severino Chuyma
C |
omo todos los días
nuestro sol azul se hunde en el mar. Las tortugas lloran mirando el ocaso. Los
ángeles se arrancan plumas de las alas, las ofrecen al sol, y ruegan porque
este no parta. Como todos los días, de entre los bosques de huesos, emerge la
sombría e inquietante melodía de un tambor, que se vuelve muchos. Los niños se
ocultan bajo sus camas. Los ancianos se quitan los ojos y los guardan en los
bolsillos. Los payasos ocultan sus risas con trapos, bolsas y cinta aislante.
Las arañas se abrazan entre ellas. Los gatos dejan de ronronear.
Y la
sangre comienza a llover.
Y los
hombres cabríos salen a bailar. Con sus pipas gigantes. Con sus piernas
peludas. Con pezuñas en vez de píes. Con sus cuernos afilados y sus máscaras de
tigres asustados. Al ritmo del oscuro tambor dan vueltas alrededor de un huevo
rojo, que se equilibra sobre un diminuto camello que aúlla.
Como
todos los días en ésta hora, la más sombría, el reloj del campanario deja de
funcionar. Las palomas huyen de la plaza para refugiarse en las ruinas de los
templos caídos. Los abuelos tiemblan ocultando sus ojos. Suenan los dientes de
los payasos al castañear. Bailan los hombres cabríos. Se alza la luna. El huevo
se comienza a quebrar. El cielo ruge con un trueno. Los hombres cabríos salen
corriendo, disputándose los escondrijos con las palomas en el templo, y con las
ratas debajo del pavimento.
Enorme y negra la cosa sale del huevo y sube
a posarse sobre la luna.
Los
tambores callan. Los dientes de los payasos callan. El mundo entero aguanta la
respiración.
La cosa
mueve parte de su cuerpo, como si de dos gigantescas alas se tratase. Las
estira y sus sombras sumen al mundo en fría oscuridad.
Al día
siguiente, al volver el sol, cientos, no, miles, no, un mar de caracoles salen
de sus refugios a mirarlo y calentarse las antenas. El viento sopla
circularmente sobre sus cabezas. La figura negra se desprende de la luna como
una mariposa muerta. Cae fragmentada a la tierra. Los caracoles buscan los
pedazos del monstruo. Los recogen diligentemente y los llevan a sus casas para
fabricar abismos con él.
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