jueves, 13 de diciembre de 2012

Para fabricar abismos. Por Adam Severino Chuyma.



PARA FABRICAR ABISMOS
Adam Severino Chuyma









C
omo todos los días nuestro sol azul se hunde en el mar. Las tortugas lloran mirando el ocaso. Los ángeles se arrancan plumas de las alas, las ofrecen al sol, y ruegan porque este no parta. Como todos los días, de entre los bosques de huesos, emerge la sombría e inquietante melodía de un tambor, que se vuelve muchos. Los niños se ocultan bajo sus camas. Los ancianos se quitan los ojos y los guardan en los bolsillos. Los payasos ocultan sus risas con trapos, bolsas y cinta aislante. Las arañas se abrazan entre ellas. Los gatos dejan de ronronear.
Y la sangre comienza a llover.
Y los hombres cabríos salen a bailar. Con sus pipas gigantes. Con sus piernas peludas. Con pezuñas en vez de píes. Con sus cuernos afilados y sus máscaras de tigres asustados. Al ritmo del oscuro tambor dan vueltas alrededor de un huevo rojo, que se equilibra sobre un diminuto camello que aúlla.
Como todos los días en ésta hora, la más sombría, el reloj del campanario deja de funcionar. Las palomas huyen de la plaza para refugiarse en las ruinas de los templos caídos. Los abuelos tiemblan ocultando sus ojos. Suenan los dientes de los payasos al castañear. Bailan los hombres cabríos. Se alza la luna. El huevo se comienza a quebrar. El cielo ruge con un trueno. Los hombres cabríos salen corriendo, disputándose los escondrijos con las palomas en el templo, y con las ratas debajo del pavimento.
  Enorme y negra la cosa sale del huevo y sube a posarse sobre la luna.
Los tambores callan. Los dientes de los payasos callan. El mundo entero aguanta la respiración.
La cosa mueve parte de su cuerpo, como si de dos gigantescas alas se tratase. Las estira y sus sombras sumen al mundo en fría oscuridad. 

Al día siguiente, al volver el sol, cientos, no, miles, no, un mar de caracoles salen de sus refugios a mirarlo y calentarse las antenas. El viento sopla circularmente sobre sus cabezas. La figura negra se desprende de la luna como una mariposa muerta. Cae fragmentada a la tierra. Los caracoles buscan los pedazos del monstruo. Los recogen diligentemente y los llevan a sus casas para fabricar abismos con él.

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