jueves, 9 de abril de 2009

Granada de Mano Discordiana (Por Frater O.S.)

Diane Arbus. Niño con granada de mano de juguete, Central Park, 1962


Hay ciertas áreas de nuestra sociedad que están un poco tensas, he aquí una forma fácil de condimentar las cosas:

Ve a la tienda y compra algunas Manzanas " Golden Delicioous". Escribe o talla el nombre Kallisti en cada una mientras dices:

"Alguien Falta en la fiesta,
El correo perdió la tarjeta de invitación?
Obsequio dorado para la belleza,
El orden rígido seguro que va a fallar!
Hail! Discordia!


entonces coloca, lanza, rueda, arroja o incrusta la granada de mano recién creada en el sitio que has escogido y deja que la diversión comience.


Nota: para este lanzamiento de granadas no es ni sugerido ni se requiere dano a la propiedad, tú escoges tu método , tú aceptas las consecuencias. Los lugares a proponer podrían ser: Oficinas de Gobierno, algunas companias, sitios de religión "organizada", etc.



Traducido por Demonoid

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pablo,
te escribo después de mucho... Amé el texto que enviaste... lo voy a publicar en la próxima revista física que saldrá de Cien de Cien... te mando una lectura, tal vez te sirva para subirla a tu blog... Quisiera que me des tu correo electrónico para que podamos seguir intercambiando cosas. Me gustaría tb enviarte los números que salgan para que los piratees desde donde estés...

Lectura del poema Loca de hierro de Adela Zamudio desde Foucault

Por Tulha

La mujer es un ser anormal en una sociedad hecha por hombres y para hombres. Ella representa al caos dentro de una sociedad neta o pretenciosamente racional. La mujer es el cuerpo del deseo, el cuerpo de emociones, de sentimientos. Hay que combatirla si se quiere alguna paz, si se pretende vivir en orden, bajo la ley de la razón. Debe reprimirse en ella la expresión de sí misma, y en los otros, el deseo, la rabia que les provoca su intromisión en los ámbitos de la razón. La polis es una organización racional de las personas. Cada cual cumple una función. La exclusión puede ser un síntoma de rabia.

En el poema Loca de hierro de Adela Zamudio se encontrarán huellas de relaciones de poder en torno a la mujer, como personaje de la sociedad, moldeado y construido, que reacciona antes que resistir.

Zamudio crea un personaje capaz de violar la ley del hombre. Tula es una loca, que un día es internada en un hospital, pero que logra escapar, mediante la firmeza de su carácter, a través del silencio y la inmovilidad de piedra. En el poema Loca de hierro se advierte la disciplina de coser de Tula, el personaje principal del poema:

Ya fuese esta labor una mortaja,
Ya fuese una gala nupcial,
Cual máquina insensible
La vi días tras días trabajar.

Mujer máquina de coser: el trabajo libera de pensar-sentir. La soledad es parte del trabajo o un trabajo en sí mismo. Requiere una disciplina, pues no hay cadenas que aten físicamente al cuerpo y lo destinen a la soledad. En tanto existe la libertad de “salir al encuentro”, de buscar una compañía, la soledad es una disciplina que se autoimpone. Describe una microfísica del poder.

En el capítulo “Soledad en el cosmos” del libro de Literatura comentada se encuentran algunos rastros sobre esta tecnología del poder, con referencia al poema En el campo de Adela Zamudio: “El poema, en suma, pone en evidencia el profundo conocimiento que la autora poseía de la soledad (esta soledad es la suya, la de su propia vida; no fue casual que ya de joven Adela Zamudio hubiese elegido “Soledad” como seudónimo literario)” (CASTAÑÓN: 60)

En otros versos de Loca de hierro, se encuentra otra referencia a la soledad, durante la contemplación del horizonte desde una cumbre, Tula describe:

Abajo, los rumores de la vida,
Arriba la salvaje soledad.

Tula realiza esta descripción en el momento más feliz de su vida, cuando todo era “salud y libertad”. Sin embargo, la soledad es una constante, un presagio del futuro, recuerdo del pasado, de la desolación. Más adelante en el poema, Tula comentará de su niñez:
He presentido, en lóbregos ensueños
Que agitaron mis noches sin dormir,
Mi paso por los páramos sombríos
Del porvenir…

En su libro, Castañón hace una acotación sobre los sentimientos que se expresan en el poema En el campo: “lo que más impresiona en él (el poema): el estado de terror y de pánico del “yo” de la poetisa ante el mundo que la rodea.” (CASTAÑÓN: 58) Si bien el autor se toma la libertad de sacar juicios de valor sobre la autora y sus sentimientos, con mayor cautela, se podría señalar que el sentimiento de soledad que se detecta en los poemas de Adela Zamudio se encuentra acompañado, o es reacción (y por ello una acción de poder, “acciones sobre acciones”) ante el mundo. Los sentimientos bajos: la envidia, desidia, perversidad, de algún modo llevan a reaccionar a Tula, el personaje del poema. De cierto modo, la soledad es una fortaleza, una acción frente a otra acción, que protege y da poder a quien la domestica.

El enfrentamiento de estas dos fuerzas: la soledad y el mundo, con toda su atrocidad y bajo la metáfora del ruido, es más claro en la siguiente cita: “Ellos (los ruidos), unidos a la soledad del “yo” y a la oscuridad del ambiente, entretejen esa realidad de terror, pánico y violencia psíquica que dicen de la angustia y sufrimiento que atenazan el alma desamparada perdida en la inmensidad de un cosmos que la hostiliza” (CASTAÑÓN: 58)

La lucha de sentimientos e impresiones tiene lugar en el “yo”, que se identifica como punto de disputa. Se individualiza al “yo” proponiendo un mundo atiborrado de “ruidos”, al mismo tiempo que la huida eterna hacia la soledad. La mujer, como cuerpo de sentimientos enfrentados, debe tomar una decisión. La soledad es el camino más tranquilo, en apariencia. Una tecnología de poder que no ejerce violencia, como el ruido.

Es así que Castañón agrega a su lectura de En el campo: “la intensidad del cosmos, lentamente, se ha introducido en el “yo” y se ha apoderado del alma de la poetisa despojándola de la poca tranquilidad que le quedaba, si es que quedaba alguna.” (CASTAÑÓN: 59) Las relaciones con el cosmos representan los ruidos de una tormenta, pero podrían simbolizar también las afecciones de una realidad inmediata, el entorno, el mundo, la sociedad.
Si bien el mentado autor señala que: “Adela Zamudio tuvo siempre la mirada atenta a los llamados de la razón. Esto explica varios aspectos de su atrayente personalidad. Se mostró con inclinaciones claras a la duda, la incertidumbre, la explicación racional de los hechos”, esto puede discutirse desde la presente perspectiva. Pues, como mujer, Adela fue lugar de sentimientos enfrentados. La soledad es una tecnología de poder, pero que en la mujer adquiere un carácter sensible, como en el caso de la Loca de hierro. La soledad es una salida, pero no lógica, planificada ni calculada. La mujer se encuentra arrojada a la soledad, como se dijo del hombre frente a su destino. Tula relata el génesis de su locura, que no es otra cosa que su soledad:
Una borrasca de dolor sin nombre
Pasó por mí;
Murió sin verme al fin, a pocos días…
¿No te han dicho nunca? ¡enloquecí!

Como sigue, la descripción de la locura por Tula:
Vagar si tino, absorta en una idea,
Buscar la soledad,
Dudar de todos, desconfiar de todo
Y odiar la humanidad.

En esta autora se puede encontrar que estos dos caminos son los únicos posibles, pues la muerte no cuenta como opción. Sostiene Castañón: “Algo hay en los versos finales que da a entender cómo a pesar de la angustia y el dolor, el “yo” se opone a la llegada del triste consuelo de la muerte” (CASTAÑÓN: 60)

Una relación de poder que destaca en Loca de hierro es la que se tiende entre una “mujer fatal” y otra mujer. La belleza en la mujer es una de las fuerzas que más influye en su relación con el mundo y con otras mujeres. Respecto a ello, sostiene la poeta:

La sociedad es un jardín, y en ella
Brotan flores más bellas cada vez.
Para toda mujer vana y hermosa
Hay un fantasma horrible: — la vejez.

En esta relación, quien decide a la larga es el tiempo. Sin embargo, esto no le quita fuerza a la belleza. Respecto de Laura, su rival, Tula dice:

Su hermosura era aquella que en los hombres
Ejerce más poder;
Esa hermosura que habla a los sentidos
Y que hace enloquecer.

La belleza, puede ser, a fin de cuentas, la causa de la locura de Tula. Por su belleza, Laura se quedó con el amor de Tula: su amado, su padre y su ahijado. Sólo el tiempo vence este poder, le dobla el brazo. Tal vez en ello se pueda rastrar la soledad de la mujer, como la soledad y la locura de Tula. De cualquier forma, la belleza de la juventud es una tecnología de poder que moldea el “yo” y lo define, en “un jardín”, frente a los otros, en la sociedad. Al mismo tiempo, la belleza es ejercida por la mujer con relación a las demás personas, y define situaciones, a pesar de ser un poder efímero.

Otro aspecto que interesa del poema Loca de hierro son las tecnologías de poder que actúan en la construcción del “yo” de la loca. La locura misma, como “eclipse gradual de la razón”, es una reacción. La luna que cubre al sol. Explica Tula:

¿Sabes qué es la locura? Es el violento
Grito de horror que da
El ser a quien torturan mil dolores
Cuando no puede soportarlos ya.
Producto del suplicio del alma. Respuesta a estímulos violentos y repetitivos. El dolor cesa ¿o se extiende? Ya no hay reacción alguna. Es el momento más hondo de la agonía.
Es la protesta enérgica y salvaje
Que agotando las fuerzas de una vez
Nos hunde en un sopor… sopor sin calma,
Morbosa languidez.

Las “mil muertes” a las que Foucault se refería, con relación al suplicio. En este caso se asiste a la muerte del alma:
Mi alma está muerta y burla me parece
Sentir y amar

La locura es como un gran olvido, una fuerza oscura que opaca la razón y los recuerdos. En el sentido en que la locura escapa de la muerte, se puede decir que ésta es una respuesta de la voluntad frente al dolor. La loca señala:

En los grandes dolores, el dilema
Es: — Morir u olvidar.

Las relaciones de poder que ejerce la loca de hierro son de interés para un análisis más profundo, aunque se deba admitir antes que la locura gana, pues no se la puede analizar racionalmente. Más allá de lo que sea la locura, la mujer loca, como expresión de protesta frente a un mundo racional, es, más que cualquier mujer, punto de conflicto. El yo de la mujer loca expresa un caos con su propia lógica.

Bibliografía
• CASTAÑÓN, Carlos Literatura comentada
• GUZMÁN, Augusto Adela Zamudio, Biografía de una Mujer ilustre.
Editorial "Juventud", La Paz 1986.
• ZAMUDIO, Adela Ensayos poéticos
Litografía y encuadernación Jacobo Pawer, Buenos Aires 1887.
• ZAMUDIO, Adela Poesías
Imprebol, La Paz 1993.

ANEXOS

Loca de hierro
I
Llamaron a mi puerta una mañana;
la abrí y era una joven. Su recuerdo
acudió de repente a mi memoria
y hallé su rostro idéntico:
— ¡Tula! exclamé, y ella exclamó: ¡Teresa!
y nos unimos en abrazo tierno.
Asociadas bien pronto en el trabajo,
cosiendo con empeño,
en mi estrecho taller desmantelado
durante un largo invierno,
muchas veces, mirando aquella cara
y aquellos ojos negros,
me dije con asombro: -“Esta es la niña
que conocí en colegio?”
Jamás le hablé, jamás de su pasado.
Respeté su secreto.
Habíanme contado que entró un día
loca en el hospital, pero que luego
degeneró el acceso en la manía
de la inmovilidad y del silencio;
que pasó muchos días y aun semanas
negándose a probar el alimento,
muda, petrificada,
en la misma actitud, mirando el suelo.
Que, conmovidos ante aquella estatua
los practicantes todos, y aun los médicos,
luchando en vano por domar la fuerza
de su capricho fiero,
la miraron con pena y la llamaron:
“Loca de hierro”.
II
¡Cuántas veces, ya risas, ya gemidos
Llegando hasta mi pobre habitación,
El agitado oleaje de la vida
Me conmovió!
¡Cuántas, en los albores de una fiesta,
Viniendo mi trabajo a inspeccionar
Un grupo de locuaces señoritas
De mi quieto taller turbó la paz;
Y cuántas, una amiga desgraciada
Sintiendo ya estallar su corazón,
En confidencia acaso inopinada
Su terrible secreto me contó!
Entre tanto, mi extraña compañera
Impasible y callada en un rincón,
Sorda como una estatua, proseguía
Absorta en su labor.
Ya fuese esta labor una mortaja,
Ya fuese una gala nupcial,
Cual máquina insensible
La vi días tras días trabajar.

III

Una tarde, acabada la tarea
Cogió su manto ya para salir,
Cuando un criado me entregó en silencio
Pequeña carta que decía así:

“¿Qué piensa esa mujer? ¡alma de hiena!
¿Su orgullo es tan feroz?
Ni el saber que está mal la conmueve,
No tiene corazón.

Hacen ya dos semanas que no duerno,
Se me acaba el valor.
¿Por qué no cumple su deber? Teresa,
Convéncela, ¡por Dios!”

Guardé la carta, penetré en la pieza
Y con pausado acento de amistad:
— Tula, dije, tu padre se halla enfermo,
Vuelve a tu hogar.

Miróme fríamente, y, sin violencia,
sin odio, sin dolor,
— No tengo hogar, ni padre, ni familia,
Me contestó.

Yo, disgustada, abandoné la pieza,
Ella prendiese al manto, y al salir
Me lanzó una mirada y, lentamente,
Vino hacia mí.

—No me exijas que vaya, lo he jurado.
—Pero ¿por qué, por qué?
Sonrió con amargura y luego dijo:
—Ahí te lo contaré.

IV

El hielo estaba roto. Al otro día
Solas las dos.
Dejó la aguja, meditó un momento
Y así empezó:

V

Al pie de la montaña, entre las breñas,
Sostenida por áspero peñón,
Hay una casa que domina el valle
Desde un antiguo y único balcón.

No lo puedo olvidar: Era en diciembre
La noche aquella en que llegué, y allí,
Rendida a la emoción y la fatiga
Cerré a solas mi puerta y me dormí.
…………………………………..

De bulliciosos gansos y gallinas
El agudo concierto matinal;
El monótono estruendo de un molino
Y el murmullo sonoro de un raudal;

Un sol que al penetrar por las rendijas
Difunde fresco aroma de arrayán;
Un rebaño de ovejas que se lanzan
En confuso tropel por un zaguán:
La caricia violenta y reprimida
De un perro que ha dejado de ladrar;
Alguien que llega y baja del caballo,
Voces, trajín. ¡Qué hermoso despertar!

¡Qué hermoso despertar! Hallé la vida
Bella y feliz por la primera vez,
Y olvidé las penosas impresiones
De mi triste niñez.

Yo, pobre niña, fruto del pecado
Llamada a aquel hogar,
Muerta la altiva esposa de mi padre
Yo la iba a reemplazar.
Dejaba un niño, hermosa criatura
a quien pronto adoré,
Prodigarle tiernísimos cuidados
Mi afán, mi dicha fue.

Todo lo hallaba allí. Felices días
Que nunca volverán,
Todo lo que hasta entonces me faltaba:
¡Ternura, y pan!

El ave que ha nacido prisionera
Al dejar de improviso su prisión
Atónita contempla, del espacio
La luz y la extensión.

Yo así, saliendo al campo esa mañana
Con el vacilante pie
Desde un pedrón, encima del abismo
¡Con qué asombro el paisaje contemplé!

Inmenso como un mar, bajo la niebla
Que empezaba a teñirse de arrebol,
El valle alborozado despertaba
A las caricias del naciente sol.

Las cumbres, bajo el fondo
Del infinito azul,
Se alzaban coronadas de girones
De pavoroso tul.

Abajo, los rumores de la vida,
Arriba la salvaje soledad:
Todo es grandioso allí, todo respira
Salud y libertad.

Tú que conoces mi niñez ¿comprendes
La celestial fruición
Con que aspiré las auras perfumadas
De esa feliz mansión?

Hallar familia, hogar, hallarlo todo,
Y en cambio, el noble y único deber
De velar por un niño cariñoso
Al que es preciso amar y proteger…

En ese agreste asilo
Bello rincón del paraíso — allí
En la edad más dichosa de la vida
Le conocí.

Sabes a quién aludo. — Pobre y huérfano
Buscó la protección
De mi padre, y la halló, porque el anciano
Le amó con singular predilección.

Y era no obstante escéptico. En su frente
Se dibuja, de su eterno mal.
De su incurable tedio de la vida
La primera señal.

Trabajando en la hacienda de mi padre,
Era todo a la vez:
Ya vendedor de granos en las ferias
Ya agricultor, viajero o montañés.

¡Cuántas veces, calado hasta los huesos
En noches de aguacero y tempestad
Por fragosas veredas, a caballo
Llegó de la montaña a la ciudad!

Yo admiraba su noble fortaleza
Su gracia varonil,
Jamás he visto un rostro más sereno
Ni un alma más viril.

Huraños al principio,
Nos tratamos después
Como dos camaradas, con ingenua
Y amable sencillez.

A veces, de su vida aventurera
Queriendo descansar,
Jugando con el niño disfrutaba
De los tranquilos ocios del hogar.

Prendido en la meseta que sostiene
La casa, sobre el áspero peñón
Se alza un esbelto ceibo que, en los aires,
Extiende su frondoso pabellón;

Al borde del abismo, en sus raíces
Sentados ambos dos.
Yo escuchándole absorta, él, a mi lado,
Leyendo en alta voz.

Pasábamos las horas — gratas horas
De dulce languidez,
Mi padre allá en la casa silenciosa
Y el niño jugueteando a nuestros pies.

Arriba, en el zarzal de la montaña,
Gimiendo la torcaz;
Abajo, en el raudal que va al molino,
Himno sonoro de ventura y paz.
El himno de las ondas del torrente
De la incansable cítola al compás.

¡Oh mañanas brillantes y serenas,
Tardes nubladas, días de ilusión
En que empecé a sentir ese inconsciente
Risueño despertar del corazón!

Él sospechó mis ansias, pero nunca
Me habló de amor; mas se dejó llevar
Tal vez sin advertirlo,
Del grato impulso de dejarse amar.

Una vez se ausentó por mucho tiempo,
Y en aquella ocasión
En el vacío inmenso de su ausencia
Medí la intensidad de mi pasión.

Laura, elegante y celebrada entonces,
En el verano aquel
Fue a visitarme al campo, con alardes
De amiga antigua y fiel.

Su trato me encantaba y seducía.
Su gran penetración
Y afán por adueñarse del misterio
De cada corazón,
Lo comprendo aunque tarde, era el secreto
De aquella seducción.

La inquietud de mi espíritu
No tardó en conocer:
¡Fue así que se interpuso en mi camino
Esa fatal mujer!

Era una noche espléndida en que a solas
Abrimos el balcón;
Me interrogaba. — Prorrumpí en sollozos
Y le abrí todo entero el corazón.

¡Todo se lo conté! Mis hondas ansias
Que en vano ya tratara de ocultar
A los ojos de aquel cuyo cariño
No esperaba alcanzar.

Su existencia de azares y aventuras,
Su audacia sin igual
Y su gran descreimiento que era causa
De su tedio amarguísimo y mortal.

Terminada mi larga confidencia,
Dijo con sencillez
Que le era muy simpático y que ansiaba
Conocer a mi extraño montañés.

¡Oh, cuán incauta fui! Llegó él un día
Y pude, desde luego, comprender
Que estaba yo tejiendo los laureles
Del triunfo vil de esa fatal mujer.

Su hermosura era aquella que en los hombres
Ejerce más poder;
Esa hermosura que habla a los sentidos
Y que hace enloquecer.

Tras breves días de embriaguez dichosa
La siguió a la ciudad.
Ella se fue sonriendo. Ya comprendes
Cuál fue entonces mi horrible soledad.

Honda desolación cubrió mi vida;
Cuando mi angustia mitigar logré.
En el amor de mi pequeño Edmundo
Me refugié.

¡Pobre ángel mío! Muda y dolorida
Contra mi pecho le estrechaba yo,
Con su charla inocente y sus caricias
Un bálsamo en mis penas derramó.

Él regresó, pero se fue de nuevo,
¡Tal era la atracción de aquel imán!
Yo al través de su rostro adivinaba
Su dicha inmensa, su creciente afán.

¡Oh, días de angustiosa alternativa
Y de lucha secreta para mí,
Al cabo de los cuales nos dijeron
Que iba a casarse ya! mas no fue así:

Orgullosa al principio de su nuevo
Y ardiente adorador
Arrastróle en su séquito, y más tarde
Se burló de su amor.

El montañés altivo y desdeñoso,
Loco de celos, ciego de pasión,
Se vio luego enredado en mil indignas
Intrigas de salón.

Por fin quedó ajustado el matrimonio,
Mas no se realizó;
Sobrevino un ruidoso rompimiento
Y él se marchó.

Ella tuvo en seguida muchos novios,
Y él se casó en La Paz,
Sé que es horriblemente desgraciado…
…No hablemos más.

La sociedad es un jardín, y en ella
Brotan flores más bellas cada vez.
Para toda mujer vana y hermosa
Hay un fantasma horrible: — la vejez.

Laura vió al fin que el sol de su hermosura
Se iba pronto a eclipsar,
Y entonces… ¡la ladrona de mi dicha
Volvió a mi hogar!

Ya sabes lo demás. ¿A qué contarte
Lo que ocurrió?
El blanco de sus miras fue mi padre
Que en breve a sus encantos se rindió

En vano los parientes le advirtieron
Los riesgos de un enlace desigual.
¡Es terrible pasión la de un anciano
Porque es la más sensual!

Satisfecha en sus sueños de fortuna,
Dueña ya de mi hogar, se figuró
Que en su vida de lujo y de grandezas
Iba a estorbarla yo.

Su encono fue tenaz. Tan cruda guerra
No resistí;
Exigió que mi padre me arrojara…
Dejé mi casa y se libró de mí.

Pronto, de los domésticos quehaceres
Sintiéndome incapaz
Ansié, de la sirvienta sin salario
El auxilio eficaz.

Esperó que al hallarme sin amparo
Cediera a la menor insinuación;
Mas, nada, ni las súplicas de Edmundo
Vencieron mi tenaz resolución.

Ella, indignada ya, mi resistencia
No pudiendo vencer,
¡Ay! Se vengó de mí, prohibiéndome al niño,
Que me volviera a ver.

¡Oh martirio de todos los instantes
Que no podré pintar;
Mi última sombra al conciliar el sueño,
Mi primer pensamiento al despertar!

¡Saber que no he de verle, que está mustio,
Que nadie piensa en él,
Y que su aspecto acusa la indolencia
De esa mujer cruel!

Un día, desde lejos, en la calle
Le descubrí,
Corrí ansiosa a su encuentro; pero al verme
El niño huyó de mí.

Llegué a casa, y lloré desesperada,
Y me espantó el vivir.
Como si aquella pena sin remedio
Tuviese que afligirme hasta morir.

Yo fui siempre neurótica, no extraño
Que aquella vez
Me asaltaran de nuevo los espectros
De mi triste niñez.

¿Por qué dicen, Teresa, que la infancia
Es la mejor edad?
Yo he sufrido en mi infancia horrendas crisis
De indecible ansiedad;

He presentido, en lóbregos ensueños
Que agitaron mis noches sin dormir,
Mi paso por los páramos sombríos
Del porvenir…

Vino un día a buscarme una sirvienta
Y, de un modo brutal,
Me refirió que Edmundo se moría.
Que estaba mal, muy mal.

Volé al punto a la casa de mi padre
A pedirle, arrastrándome a sus pies,
Que me dejaran ver al ángel mío
Por la postrera vez.

Llegué a la casa. ¿Lo creerás? La puerta
Se me cerró.
¡Y mi padre, Teresa, sí ¡mi padre!
Lo consintió!

Una borrasca de dolor sin nombre
Pasó por mí;
Murió sin verme al fin, a pocos días…
¿No te han dicho nunca? ¡enloquecí!

Vagar si tino, absorta en una idea,
Buscar la soledad,
Dudar de todos, desconfiar de todo
Y odiar la humanidad.

Sentirme a un tiempo acobardada y fiera,
Ser presa de recóndita inquietud,
Oír en cada acento un alarido,
Y ver en cada mueble un ataúd;

Ver odio y burla en todos los semblantes
Y una amenaza en la menor señal,
Soportar el ultraje de las miradas
Hirientes como el filo de un puñal;

Tal fue el principio, el lúgubre periodo
Del eclipse gradual de mi razón
En que cruzaron ante mí fantasmas
Que llenaron de espanto el corazón.

¿Sabes qué es la locura? Es el violento
Grito de horror que da
El ser a quien torturan mil dolores
Cuando no puede soportarlos ya.

Es la protesta enérgica y salvaje
Que agotando las fuerzas de una vez
Nos hunde en un sopor… sopor sin calma,
Morbosa languidez.

El despertar del sueño aquel aun dura…
Mientras la vida transcurriendo va,
Dormido en un rincón del cementerio
El astro de mi amor no existe ya.

No quiero recordar. Es mi consigna
Coser, coser y conquistar un pan,
Matar el alma, consumir mis horas
En tan mezquino afán.

No comprendo a los seres que a una tumba
Van, con flore, su duelo a cultivar;
En los grandes dolores, el dilema
Es: — Morir u olvidar.

Todo lo sabes ya, Teresa mía,
No me interrogues más,
Deja que mis heridas cicatricen;
¡Déjame en paz!

VI

Después de aquella triste confidencia,
Mi amiga, entrando en el paterno hogar,
Fue, junto al lecho de su padre enfermo,
La sombra buena, el ángel tutelar.

Largo es el padecer, ruda la prueba,
Y heroica la virtud
De quien asiste al hombre en el descenso
Que lleva a la postrer decrepitud.

Tula no se apartaba del enfermo,
Y algunas veces visitaba yo
La estancia aquella, en que el deber austero
Víctimas y verdugos agrupó.

Víctimas, sí; la niña, niña enferma;
Único fruto de la absurda unión.
Miraba a todas horas a su hermana
Con inconsciente y muda admiración.

¡Hermana suya, y, a la vez extraña!
Enigma que no osaba descifrar.
¿Por qué el odio sin causa de su madre?
¿Qué abismo la apartó de aquel hogar?

La pálida enfermera de los ojos negros
Con su sencillo traje de percal
¡Qué bella estaba! La flotante falda
Ceñida por airoso delantal.

Los años y el dolor no marchitaban
La suave frescura de su tez,
Revelando en las líneas de su talle
Graciosa madurez.

¿Por qué ha de envejecer quien en la vida
Sólo ha probado el néctar celestial.
Apurado en los cándidos ensueños
De un triste amor, castísimo, ideal?

La sorda convulsión de otras pasiones
Que transtornan el alma con su afán,
Rompe las fibras, y sus rojas llamas
Frente y mejillas horadando van.
Como se abren la grietas del terreno
Quemado por el fuego del volcán.

Mas, cuando del mortal remordimiento
No se siente jamás el aguijón,
Cuando las dichas sólo son ensueño,
El dolor es también pura ilusión.

Llegó el verano y una tarde, a solas,
En un rincón del saloncito azul,
Junto a una gran ventana guarnecida
De cortinas de tul,

Cogió mi mano, me miró un instante
Con solemne y tristísimo expresión:
—Juan ha llegado — murmuró. Al oírla
Tembló mi corazón.

Luego, fija la vista en el vacío,
Dijo con tenue voz:
— ¿Por qué amontonas así los sufrimientos
En mi existencia Dios?

En mis plegarias de tan largos años
No le he pedido más
Que olvido y calma, — yo, que otra ventura
No conocí ni probaré jamás.

Mi alma está muerta y burla me parece
Sentir y amar,
Pero, sólo pensar en su llegada
Siento mis emociones despertar.

¡Ay! ¿qué va a ser de mí, Teresa mía,
Cuando le vuelva a ver?
¿Cómo disimular en la presencia
De esta maligna y pérfida mujer?

No tengo fuerzas ya para la infame
Comedia del vivir.
¡Ah! Si mi padre no se hallara malo,
Me quedaba un recurso: ¡huir, huir!

VII

En ese saloncito entapizado
De rep, azul,
Junto a la gran ventana guarnecida
De cortinas de tul,

Mientras dormía el fatigado enfermo,
Después de anochecer,
Me cupo presenciar frecuentemente
Una escena sencilla al parecer:

Un hombre encanecido y una obesa
Mujer de roja faz
Conversan por lo bajo, en tanto que ella
Contempla al hombre, impávida y audaz.

Junto a la luz, la estatua de ojos negros
Y rostro juvenil
Absorta en su labor, mueve la aguja
Con sus ágiles dedos de marfil.

El practicante que asistió a la loca
Y hoy es su amigo y a su lado está,
Sostiene entre las manos la madeja
Que ella en sus dedos enredando va.

Aprovechando de su pobre enfermo
El sueño momentáneo y la quietud,
Trabaja. El joven la contempla a veces
En muda y melancólica actitud.

Dina está allí. La niña enteca y pálida
Sentada en un rincón
Fija la vista en el gallardo mozo
Con ingenua expresión.

Se oye llover. En la desierta calle
Reina la más profunda lobreguez,
En la pieza contigua el pobre enfermo
Respira con ansiosa pesadez.

Las horas pasan. La inquietud del alma
Asoma en cada faz.
¡Cuánta emoción secreta! ¡cuántas luchas
En esa escena de aparente paz!

Fuma y medita el hombre encanecido,
Ceñido el alto cuello del gabán,
Medita con los ojos entreabiertos
Mientras laura lo observa con afán.

Envuelto en la humareda del cigarro,
Con fruición dolorosa y celestial,
Fija en Tula miradas fugitivas
Mientras le espía la mujer fatal.

La rabia de los celos, el despecho,
Hacen palidecer la roja faz.
¡Cuánta emoción secreta, cuántas luchas
En esa escena de aparente paz!

Mas, ¿qué importa al hombre encanecido
Que, de sus tristes ojos al través,
Se adivine un ensueño que acaricia
Por la postrera vez?

Vencido de la vida. Peregrino
Que el sendero intrincado equivocó,
Divisa al otro lado del abismo
Al ángel que las cimas alcanzó.

La garra del dolor de su destino
Estruja su marchito corazón
Mira al ángel aquel, mas sus miradas
No imploran ni amistad, ni compasión.

VIII

Murió el viejo por fin, y una mañana
A mi puerta volvieron a llamar:
Era Juan y Raúl el practicante.
Les hice entrar.

Ambos, amigos ya, juntos partían
Raúl a Potosí, Juan a La Paz.
— ¿Cuándo volverá Ud.? Pregunté al joven.
Y éste me contestó: — Tal vez jamás.

IX

Tras los primeros días de su duelo,
Tula vino al taller; con lentitud
Abrió su bolsa y me alargó una carta,
La carta de su amigo — de Raúl:

“Mi regreso a ese valle tan hermoso
Donde fui tan feliz
Dependerá de una sentencia tuya
Que es de vida o de muerte para mí”.

Así empezaba. La miré un instante.
— Tula, dije, te quiero preguntar:
¿La que una vez amó como tú amaste
Podrá volver a amar?

— ¡Oh! ¡sí! Exclamó. No ya con la insensata,
Fatal pasión de la primera edad
Fruto de una exaltada fantasía,
Locura, ceguedad;

Con otro amor más noble, más profundo,
Amor que es realidad y no ilusión.
Ternura generosa que es, a un tiempo,
Piedad y abnegación.

¿Contemplaste los cálidos matices
De un paisaje otoñal?
Así se enciende el alma iluminada
Por su llama fecunda y celestial.

¿Le amas? — Le adoro. Por su dicha diera
Mi triste porvenir.
Si él me diese la muerte, ¡qué ventura
Fuera morir!

Cogí su mano entusiasmada, y dije
Fuera de mí:
— ¡Por fin serás dichosa! ¡Tula mía,
Escríbele que vuelva, dale el sí!

— ¡Dichosa! murmuró, ¿piensas acaso
Que he de sacrificar a Dina yo?
¿Se puede ser feliz cuando otros lloran?
¡No puedo, no!

Yo no me hago ilusiones; sé, Teresa,
Que en ese corazón, en vez de amor,
Ha infiltrado la madre cruel veneno
De su tenaz rencor.

Sé que ella no me quiere; — mas, ¿qué importa?
Mi deber cumpliré.
A esa mujer que asesinó mi dicha
No me pareceré.

¿Yo, clavarle el puñal, ser su verdugo,
Torturar su inocente corazón
Y cimentar mi dicha en las ruinas
De su primera y tímida ilusión?...

Quedé vencida, y luego, con vehemencia
Volví a decir:
— Piénsalo aún, no juegues con tu suerte,
— No destroces así tu porvenir.

¿Qué ha sido siempre para ti la vida?
Una burla cruel.
¿A qué tan infructuosos sacrificios?
¿Acaso la ama él?

No importa, murmuró. Dios lo ha querido,
Mi deber cumpliré,
A esa mujer que asesinó mi dicha
No me pareceré.

X

Pasó algún tiempo. Hallábase en la calle,
Cuando de pronto un día
Oí el trágico son que nos advierte
Que hay un mortal que se halla en agonía.

Seguí el sagrado viático, y entrando
Del padre de mi amiga en la morada,
Me detuve ante el lecho en que yacía
Laura enferma, convulsa, demacrada.

Dí algunos pasos más, y penetrando
En otra habitación, que estaba abierta,
Hallé tras sus cortinas
A Tula arrodillada ante la puerta.

— ¡Tú aquí! Dije en secreto. Yo ignoraba…
¡Pobre Laura! ¿Te ha visto? ¿la has hablado?
Quién hubiera pensado que tan pronto…
Qué mala está ¡infeliz! ¿la has perdonado?

— Ante el misterio augusto de la muerte
Dijo, — enmudece la pasión humana.
Me llamó y acudí, le he prodigado
Los prolijos cuidados de una hermana.

Callamos. En el cuarto de la enferma
Lleno de los efluvios del incienso
Alzó su voz solemne el sacerdote,
Y todo el mundo se quedó suspenso.

Respondiendo a la fórmula sagrada
Con quejumbroso entrecortado acento
La enferma perdonó — fue perdonada,
Y le fue administrado el sacramento.

Salió el gentío al fin. La moribunda
Esforzando su aliento estertoroso
Llamó a Dina; la niña acongojada
Acudió reprimiendo su sollozo.

¿Estamos solas? dijo, quiero hablarte,
Acércate, hija mía…
Oye… lo que tu madre… te aconseja…
Antes… de que principie… su agonía.

Tula ha sido muy mala. A ella le debo
Todos mis sufrimientos.
El temor de que vivas a su lado
Me atormenta en mis últimos momentos.

Perdónala; pero, por Dios, te ruego,
No cedas a sus pérfidos engaños.
Quedas sola, es verdad, pero prefiere
La protección más bien de los extraños.

Tula se puso en pie; ví que se ahogaba
Y la seguí. — Salimos de la pieza.
Una vez fuera, absorta, enajenada
Inclinó la cabeza.

Después la irguió — con expresión huraña
Sacudiendo la frente,
Quedó un instante pensativa, y luego
Murmuró fríamente.

— ¡Oh ceguedad de la conciencia humana
que los cimientos de la fe derrumbas!
¿Dónde está Dios si van sus extravíos
Más allá de las tumbas?

Engaño fue pensar que un solo instante
Ni ante la muerte la verdad reluzca…
¿Quién ha sido el verdugo? ¿quién la víctima?...
¿Soy yo o ella? ¡mi razón se ofusca!

Tras de la muerte el Tribunal Supremo
Su majestad desplega
Y, ¿a quién castiga, si al juzgar sus actos
Es la criatura ciega?

Dios nos ordena amar, ¡y es el castigo
Dogma consolador, feroz consuelo!
Si ese ser que me ofende va al suplicio,
¡Cuán generosa soy gozando el cielo!

— ¡Calla! dije asustada. No blasfemes.
¿Quién osa penetrar en lo infinito?
No te hieras en vano golpeando
Sus puertas de granito.

Calló. Desde aquel día
Presa de amarga duda,
La costurera de los ojos negros
Va por el mundo ensimismada y muda.

Loca de hierro. Alguna vez sus frase
Como fragor de fuego subterráneo,
Dejan sentir la tempestad de ideas
Que arde bajo su cráneo.

Su expresión es de paz; pero impulsada
Por inquietud constante,
Va por el mundo ensimismada y muda
como fantasma errante.

XI

¡Feliz la parietaria que en los mares
Borda la cima del peñón azul!
¡Feliz la nube que deshizo el viento
Rota en girón como rasgado tul!

Arrastradas en raudo torbellino
Irán donde las lleve el vendabal,
Libres al fin en su triunfal carrera
De un átomo del polvo terrenal.

¡Alma feliz, mortal que alzas la frente
implorando a la muda inmensidad!
¡También un día te alzarás del polvo
En alas de suprema tempestad!

Anónimo dijo...

TIENES AUTORIZACION DE ZONADECAOS PARA REPRODDUCIR EL TEXTO?
CREO QUE NO

Radioperdida dijo...

Mi estimado anónimo...en efecto no tengo la autorización expresa de zona de caos para reproducir el texto, pero siempre que recurro a alguna fuente cito de manera clara
la procedencia y el autor ( si este existe).
Está más que claro que mi intención no es lucrar ni apropiarme de los textos de otra gente, lo que interesa es la difusión, y para ello hemos leído detenida y concienzudamente la politica del sitio de zona de caos y consideramos que dada la naturaleza del mismo sitio así como los enunciados que en su declaración están claramente expuestos y con los cuales coincidimos, concluimos en que nos tomamos la libertad de reproducir el texto sin fines comerciales y con el simple propósito de compartir, debatir, tranformar, y crear ideas. Si le precupa mucho el asunto de propiedad intelectual o psíquica tal vez este blog no sea el sitio donde usted pueda sentirse más a gusto, pero por supuesto sea usted siempre bienvenido!
Un saludo

Anónimo dijo...

http://www.partidopirata.es/wiki/Portada