Rizomas
Sabotaje cultural, términos que en su origen describían la interferencia de las frecuencias radiofónicas, es cualquier acción destinada a modificar, alterar y darle la vuelta a los mensajes y memes de la cultura dominante. Entre sus acciones se encuentran la contrapublicidad, la reconquista del espacio público en forma de performance callejera, el boicot a actos gubernamentales, etc. etc. En El arte de la resistencia cultural de Gemma Galdon Clavell en Diagonal se incluye una buena muestra de posibles actos de sabotaje cultural. Galdon afirma: En el imperio de los signos, no escuchar no es una opción. ¿Queda algún espacio de libertad? Sí, la libertad de leer los mensajes de forma diferente, de cambiar su significado. Queda el sabotaje cultural.
Sin intención de hacer un retrato completo y exhaustivo, daré en esta entrada diversas pistas variadas de por dónde se puede comenzar a investigar y estimular la disidencia cultural en la era digital, sea dentro o/y fuera del ciberespacio. Cada cual puede hacerse con ideas propias o ajenas su propio manual singularizado de sabotaje cultural.
Guy Debord ya sostuvo que ante un mundo y una vida que no nos resultan satisfactorias no valen las resignaciones. Hay una salida de la cárcel de la percepción y es desarrollar el arte de transformar radicalmente este mundo. Y la transformación es posible si se ejecutan “las acciones apropiadas”. En los textos situacionistas ya se apuntaban multitud de ideas, siempre desde una noción del ser humano muy singular. El ser humano es ante todo un “motor de cambio”. Ésa es la más definitoria de sus características: tiene la facultad de transformar el mundo en el que vive y que le rodea. El concepto mismo de situación emana de esa visión dinámica del ser humano. Una situación es una realidad determinada por unos factores o causas; modificando pues esas causas, provocando ciertos acontecimientos imprevistos en cadena, se transformará la situación actual.
Deleuze y Guattari hablaron de micropolíticas que tenemos la posibilidad de llevar a cabo inventando nuevos territorios sociales existenciales, abiertos a la comunidad rizomáticamente. Deleuze sugería: Lo que más nos falta es creer en el mundo. Perdemos el mundo y nos ha sido tomado. Creer en el mundo es también suscitar acontecimientos, producir nuevos sentidos y subjetividades –aún pequeños- que escapen el control o hacer nuevos espacios tiempos, aunque sean de superficie y volúmen reducidos. Es a nivel de cada tentativa que son juzgadas la capacidad de resistencia o por el contrario la sumisión a un control. Son necesarios al mismo tiempo creación y pueblo.
Kalle Lasn, en Sabotaje cultural [El Viejo Topo, 2007], ofrece un abordaje diferente. Lasn, fundador de la revista Adbusters, sostiene que Estados Unidos ya no es un país, sino una marca. Las empresas multinacionales han conseguido imponerse en un sistema legal que ya sólo existe para facilitar sus operaciones. Desde esta posición de dominio absoluto, las corporaciones se han lanzado al proyecto no sólo de controlar el poder y el dinero, sino las mentes de todos. A través de una publicidad que ya no vende productos, sino estilos de vida, y que se reproduce en todos los rincones de nuestra existencia, las multinacionales pretenden ocupar nuestro espacio mental hasta el punto de que ya no tengamos capacidad de decisión autónoma.
De la misma forma que luchamos para salvar el planeta de la contaminación ambiental, Adbusters inició una campaña para denunciar la contaminación de nuestro espacio mental , utilizando para ello el sabotaje cultural, la contrapublicidad y la manipulación de memes. El libro permite conocer a fondo los orígenes y las propuestas concretas de uno de los grupos contrapublicitarios más influyentes. Más que mimetizar e imitar puede servir para dar origen a nuevas ideas al hacerlas tuyas.
Lasn empieza mostrando un retrato de la sociedad norteamericana en la que el paisaje mental está completamente dominado por las compañías y los mass media, un medio ambiente de mensajes adictivos ante el que el individuo dominado tiende a refugiarse en los mundos virtuales que la tecnología y el consumo le proporcionan, un país/marca en el que el gastado "sueño americano" es un valor a la baja y las multinacionales deciden por los ciudadanos qué y dónde comer, cómo vestirse, qué pensar (o cómo dejar de pensar), y cuándo y por qué sentirse supuestamente felices. En materia de medios, Lasn hace referencia a lo que él llama la pérdida de infodiversidad, el agrupamiento de medios de información en trusts mediáticos propiedad de una sola persona o familia, así como el control del mundo editorial, musical y la producción cinematográfica por parte de algunas megacompañías, con el consiguiente detrimento de la calidad de la información y de la diversidad de la cultura.
Según Lasn, la responsabilidad de esta situación la tiene la (in)cultura del consumo instigada por las grandes multinacionales a través de la publicidad, tanto directa como indirecta. El libro continúa en esa línea. Aunque no comparto muchos de sus puntos de vista neoluditas e ingenuos, coincido en la evidencia negada de que no es obligatorio resignarse: podemos liberaremos de su influencia estupidizadora a través de la autodefensa psíquica, la rebelión, la subversión y la rebeldía innata que todos poseemos, por más que el gulag invisible se encargue de eliminar esa capacidad libertaria desde nuestra infancia, anulando nuestros auténticos deseos para favorecer aquellos que sirven para aumentar el dominio de la dictadura de la percepción.
Lasn me parece que confía demasiado en algunas de las medidas propuestas, como la compra de tiempo de emisión en cadenas televisivas para emitir contranuncios o la modificación de vallas publicitarias. Esas acciones resultan perturbadoras y atractivas, aunque como medidas aisladas muchas veces son más espectaculares que realmente efectivas. Sin raíces, son flores de un día. Sin redes sociales y culturales y auto-organización de la disidencia dispersa quedan como una parte más de la sociedad del espectáculo.
Algunos de los análisis de Lasn no han perdido validez en los ocho años que ha tardado en publicarse traducido a nuestro idioma Sabotaje cultural. La publicidad invade aún más el espacio que nos rodea. El medioambiente mental sufre tanto o más que el medio ambiente real, algo que podemos comprobar tratando de establecer comunicación con cualquier individuo elegido al azar. La dictadura de la estupidez, la mentira y el malestar se acrecientan. Se consume igual o más que entonces, y las posibilidades de ceder al dominio y el control han aumentado hasta cotas insospechadas en aquella época. Ayer mismo la comisión de la energía avisaba que a este ritmo sólo nos quedan recursos para 8 años más. Sin embargo, nada ni nadie parece capaz de detener el desastre. Como avisó hace años William Burroughs, si no asaltamos los estudios de la realidad comenzaría la cuenta atrás.
10, 9, 8, 7... Cuando la crisis energética, económica, cultural y social se acrecienten será decisivo que exista o no individuos organizados en red, colectivos osados y decididos que, como ha sucedido históricamente, aprovechen el resquebrajamiento del sistema dominante para quebrar el control. En los años de actividad de grupos como Adbusters se han comprobado los límites del sabotaje cultural. Podríamos decir que el sabotaje cultural es condición necesaria pero no suficiente para provocar transformaciones individuales y sociales. Sin auto-organización de ciudadanos libres (no súbditos o adictos al malestar) el sabotaje no basta.
Por contraponer al libro de Lasn otras visiones, podemos comprobar cómo Zizek apunta al corazón de la cuestión en su crítica a la revolución blanda: La palabra revolución es uno de los conceptos que hoy divide al campo de la izquierda internacional. La pregunta leninista "¿Qué hacer?" tiene hoy más sentido que nunca ya que hay quienes defienden la idea de la toma del Estado y no comparten la idea zapatista de "cambiar el mundo sin tomar el poder". Hay una línea precisa de separación entre la situación no revolucionaria y la situación revolucionaria, despeja Zizek. En la no revolucionaria, los problemas urgentes inmediatos se pueden resolver, mientras que el gran problema importante se deja para más adelante; en una situación revolucionaria, esta estrategia ya no funciona y uno tiene que atacar el Gran Problema para poder resolver las 'pequeñas' urgencias.
CONTRAPUBLICIDAD: EXPRESIONES GRÁFICAS DISIDENTES
El bello arte de la resistencia cultural
Pintada callejera en Barcelona. Una calle peatonal. A la derecha, unos grandes almacenes. Luces de león y un cuerpo de mujer cuya ropa anuncia el cambio de estación que se avecina. A la izquierda, tiendas más pequeñas: ropa, zapatos, accesorios. De vez en cuando, una cafetería, una heladería o un restaurante de comida rápida. Las farolas, las paredes y hasta las papeleras hablan. Las imágenes se suceden incesantemente. Una banda sonora histérica y cambiante acompaña al murmullo de la multitud. No muy lejos, una cámara inmortaliza el momento -por su seguridad. Yo sólo pasaba por aquí, pero por si acaso, y porque yo lo valgo, me compro un pintalabios.
Puedo estar en cualquier ciudad del mundo occidental, y me siento en casa. Comparto los códigos, conozco las reglas. Ésta es mi cultura. La radio, la televisión, los periódicos y la calle repiten incesantemente los mismos mensajes. En el imperio de los signos, no escuchar no es una opción. ¿Queda algún espacio de libertad? Sí, la libertad de leer los mensajes de forma diferente, de cambiar su significado. Queda el culture jamming. Es en la crítica social donde la creatividad disidente encuentra su mejor fuente de inspiración y espacio de actuación. Pero, aunque muchos actos contrapublicitarios son claramente políticos, es evidente que no todo acto de sabotaje cultural es expresamente político, ni refleja una apuesta por un modelo social alternativo.
En el primer número de Malababa, los cielos claros en el muro de Palestina de Bansky, la abundancia socializada de Yomango, los modelos comerciales liberados del silencio por las burbujas de The Bubble Project o la intervención directa en el mainstream de los Yes Men nos recuperan la mirada, la sonrisa y la esperanza. Son el guiño de complicidad que nos saca del supermercado de la vida y abre una puerta verde a la cárcel de la impotencia.
RECOPILAR MALAS BABAS El pasado 27 de junio se lanzó el primer número de la revista en papel Malababa. La publicación pretende recoger las propuestas de contrapublicidad y de culture jamming contemporáneas más representativas del Estado español y a nivel internacional. El primer número aborda los precedentes históricos del subvertising (sabotaje cultural). Ya está de camino el segundo número. Más información: Malababa o en Diagonal.
ESTA REVOLUCIÓN NO TIENE ROSTRO
Imaginación, creatividad, lenguaje, comunicación, cualidades de autoorganización, afectos: tales son los paradigmas subversivos que alientan en todos los saboteadores culturales. Desde los vínculos entre la cultura underground y la acción política, el nombre colectivo de Wu Ming, como el seudónimo-que-cualquiera-puede-utilizar, sirve para designar la creación y la inteligencia colectiva, la guerrilla de la comunicación, la literatura-guerrilla, el sabotaje comercial. Léanse por ejemplo estos dos libros de Luther Blisset: Pánico en las redes: teoría y práctica de la guerrilla cultural, Literatura Gris, y Wu Ming, Manual de la guerrilla de la comunicación, publicados por Virus, escrito conjuntamente con el colectivo A.f.r.i.k.a.
Sintonías de la guerra psíquica contra el capitalismo que sostiene al Imperio, guerra a la guerra, batalla político-cultural contra los medios de comunicación que avasallan la riqueza constituyente del lenguaje y de la imaginación creadoras. Manipulación de la iconografía pop en un sentido emancipador, lucha por la producción de sentido desde los territorios de la inmanencia, implantación de la filosofía y de la democracia, en fin, en la calle. Porque esta revolución no tiene rostro.
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