sábado, 18 de febrero de 2012

DE LAS TINIEBLAS HERMÉTICAS Y DEL REY QUE ESPERA LA MUERTE (ALFRED JARRY)


(Extraído de “Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, Patafísico” de Alfred Jarry. Editado póstumamente en 1911)

XXIV

DE LAS TINIEBLAS HERMÉTICAS

Y DEL REY QUE ESPERA LA MUERTE

A Rachilde

Habiendo pasado el río Océano, que se parece enormemente a una gran calle o boulevard, debido a la estabilidad de su superficie, llegamos al país de Cimmériens y de las Tinieblas herméticas, que difieren como pueden diferir dos superficies no líquidas por la grandeza y la división. El entrono donde el sol se pone de cara, entre los pliegues incluidos en el redaño de la villa, el apéndice vermicular de un intestino ciego. Rebosa a descansillos y caminos sin salida, algunos de los cuales se dilatan en nuevas cavernas. Fue en una de ellas, donde el astro cotidiano engordó y redondeo. Por primera vez comprendí que se podía escuchar por debajo del horizonte sensible y ver al sol tan de cerca.

Hay un sapo monstruoso cuya boca aflora de la superficie del Océano y cuya función consiste en devorar el disco abandonado, tal como la luna se come a las nubes. Cada día se arrodilla para su comunión circular; enseguida le sale vapor por la nariz, y se eleva la gran llama que son las almas de algunos. Es lo que Platón denominaba repartición por el tipo de almas fuera del polo. Y su genuflexión, por la estructura de sus miembros, es también una postura de cuclillas. La duración de su jubilo deglutivo no tiene, pues, la dimensión; y como digiere según una puntualidad vigorosa, su intestino no tiene conciencia del astro transitorio que, por lo tanto, no es en absoluto asimilable. Atraviesa el conducto de la adversidad subterránea de la tierra y reaparece por el polo opuesto donde se purga de los excrementos con los que se han manchado. Es así como nace el diablo Plural.

En el país donde el sol se pone perpetuamente hay un rey, erigido para su custodia y de destino paralelo, el cual espera cada día la muerte; cree que alguna vez la noche permanecerá perenne y se entera de las digestiones del sapo del horizonte. Pero no hay tiempo de considerar al astro que se apresura, panza librante en la caverna vecina hay un espejo sobre el ombligo que la refleja. Su único alojamiento es un castillo de cartas que cada mañana añade un piso, donde vienen a celebrar orgias, una vez al mes, los señores de islas transportinas. Cuando el castillo tenga muchos más pisos, el astro lo golpeará en su curso y será un considerable cataclismo. Sin embrago el rey ha sido lo bastante juicioso como para no erigirlo en absoluto en el plano de la elíptica y el castillo se equilibra en razón directa a su altura.

Como empezaba a anochecer, cuando Bosse-de-Nage tiró nuestro as al río, el rey, según su costumbre, esperaba la muerte y el sapo quedaba embobado, funcionalmente. El palacio estaba pintado de negro y se habían dispuesto hamacas y filtros para el cuerpo a fin de oscurecer la conciencia de las agonías. Bosse-de-Nage, aunque sin profesarlo en absoluto, debido a una locuacidad inconsiderablemente variada, presumía de ser deontólogo, y se creía obligado a vestirse con un habito negro y a coronar su cráneo, parecido a una cucurbitácea malintecionada, con un sombrero belga cuyas vibraciones luminosas se acumulaban en longitudes de onda equivalentes a las de su traje, y cuya figura simulaba la mitad de un globo difunto.

Y la noche soportó las horas, hasta que se encendieron las farolas.

Bruscamente el colón que descendía del sapo bramó, y el cuenco antialimentario de fuego puro reemprendió su ruta acostumbrado hacia el polo del diablo Plural.

La metamorfosis se manifestó en el duelo de las colgaduras en un claro encarnado. Se unían los filtros por el canal de los canutos, y las mujercitas ya establecidas sobre las rutilantes hamacas, Bosse-de-Nague creyó que acababa de llegar a los sentidos:

“¡Ha Ha!” –constató sumariamente. Y vio que nosotros habíamos adivinado su pensamiento. Pero sobre todo nos sorprendió ver rodar sobre la alfombra, con el fracaso recalcitrante de un erizo de hierro fundido, la ingenuidad de un sombrero belga.

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