martes, 11 de septiembre de 2007

La casa de orates


LA CASA DE ORATES

Un espejo redondo, la espalda de un gato, un ojo en la frente, un ojo en el cuenco de la mano.

Un huevo de tortuga en equilibrio sobre la cabeza. La acción y la reacción. Todas las acciones y todas las reacciones. Un pelotón de fusilamientos. Una casa en la arena. Tres días sin mirarme la cara, una enfermedad imaginaria, y nada es real.

Tigres de agua, vírgenes, VÍRGENES. Mujeres con los huesos invisibles.

Submarinos y diseños de un loco atrapado junto a las moscas.

En la casa de orates no hay manías, no hay electricidad, no hay agua caliente; solo hay litros y litros de secreciones mentales. Bichos: no hay elecciones.

Está el dolor de los perros, sus leches, sus sucios pelajes, sus dientes brillantes, sus gruñidos tañendo en los pasillos; su guerra con las aves, su interminable pestañeo, sus despojos en los áticos.

En las ventanas ensombrecidas pasan las vidas comunes. En la casa de los locos no hay puertas, ni entrada ni salida. No hay reprimendas de ningún tipo. No se permiten las visitas hasta pasado el medio día.

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